domingo, 4 de diciembre de 2016

Cientos de artistas y una docena de cabezas de vaca


(Rebuscando en mis archivos he encontrado esta pieza que escribí para ARCO 96. Entonces yo estaba muy interesado en el arte contemporáneo, religión de la que hoy afortunadamente descreo)

         Ella lleva una camiseta con una foto de la rana Kermit, unos pantalones de campana azul azafata, por los que asoman sendos zapatos de plataforma, y se cubre con El Abrigo De Aspirante A Artista, sólo que tres tallas más grande de lo necesario, sobre el que caen dos coletas entre pelirrojas y moradas. Él enarbola bigote, patillas y melena a lo Joaquín Cortés, gasta chupa claveteada de cuero con pantalones a juego, y botas de matar cucharachas. Ambos escrutan con una fijeza implacable la obra que tienen enfrente: treinta mil centímetros cuadrados de tela blanca, con unas pocas manchas de negro y amarillo. La intensidad de su mirada es absoluta, como corresponde a alguien sobre cuyos frágiles hombros reposa el peso de sacar al resto de los mortales de su ignominiosa incultura en materia de arte actual. Criado con la televisión, su capacidad de concentración es breve, y apenas han pasado veinte segundos cuando se vuelve hacia la chica, y con voz sentenciosa le dice:
            - Este cuadro está al revés.

     La Feria Internacional de Arte Contemporáneo de Madrid (ARCO) hace ya tiempo que ha trascendido del estrecho marco que podría presuponer su elitista enunciado para convertirse en uno de los acontecimientos más esperados de la temporada social española. "Todos los años nos encontramos en ARCO", se saludan efusivamente dos señoras de mediana edad, cubiertas de pieles y collares, a las que no parece importunar la presencia de una instalación en la que Barbie y Ken copulan incansablemente. Sobreviviendo a  la inevitable crisis de madurez, a los cambios de emplazamiento y a la timidez de los inversionistas, la feria festeja su XV edición, superando año tras año las cifras de ventas, de asistentes y de participación. No resulta difícil pronosticar que el número de visitantes rebasará el del año pasado, que ya alcanzó las ciento cuarenta y dos mil personas. Genuino producto de la España democrática, las galerías exponen lo mejor de cada casa ante una muchedumbre ávida de experiencias, que, al menos en este campo, ha conservado el espíritu lúdico e innovador de la tan añorada 'movida madrileña'. En la primera quincena de Febrero, y poco antes de los carnavales, cualquier persona que tenga ganas de divertirse sabe que tiene una cita con los conejos de Barry Flanagan, los gordos de Botero, los graffitis de Keith Haring, las fotocopias de Andy Warhol, el cuadro interminable de Tapies, las españoladas de Eduardo Arroyo, y montones de cuadros, esculturas y cosas más, fiel reflejo de un mundo tan confuso como sus obras de arte.
            Porque esto es arte ¿o no? Ramón, un médico jubilado del barrio de Salamanca, mira con escepticismo una espiral de pies de plástico cercenados por el tobillo y se encoge de hombros. "Esto ni es arte ni es nada. Es una tomadura de pelo". Cuando se atreve a preguntar el precio no puede evitar una mueca irónica: "Y habrá gente que lo pague". Ramón ha venido con su hijo y su nuera, y en toda la mañana no ha encontrado más que unos grabados de Picasso que le han gustado. Y las chicas de las galerias, claro está.
           
En esta edición de ARCO han venido ciento noventa y tres galerias, cien españolas y el resto de sitios tan remotos como Letonia o Paraguay, y si tuvieramos que encontrar el punto común, el nexo unificador entre todas ellas, no se debería despreciar el hecho de que, al mando de la operativa de charme y seducción, hay casi siempre una encantadora señorita de enormes ojos claros que vocaliza sin atragantarse cifras con tantísimos ceros. Claro que tales atenciones sólo se reservan a los posibles clientes, al tiempo en que se despacha sin contemplaciones a los demandantes de folletos ("Oiga, ¿tienen posters o lo que sea, pero que sea gratis?", pide un adolescente lleno de granos). Y, según parece, yo no debo cuadrar con ese ideal que ellas deben de tener de alma sensible que detrae unos milloncejos de su nuevo Jaguar para apostar por el arte de vanguardia, pues ante mi inocente pregunta sobre el precio de un cuadro para cuya descripción sólo encuentro la imagen de Canal + sin descodificar, una de esas maravillosas muchachas (eso sí, con mucho redoble de pestañas y una sonrisa coast to coast) me dice, confortándome en mi desgracia:
            - Bueno, éste en especial es un poquito caro...
          Dinero. Estamos en el Recinto Ferial Juan Carlos I, una más de las muchas joyas de las muchas coronas de ese vendaval llamado ultraliberalismo económico, que sopla con fuerza por todo el mundo. Algo así como una especie de zoológico de mercancías, bienes y servicios, que dentro de unos días albergará la Semana Internacional de la Moda, y posteriormente ExpoÓptica, o La Feria del Yate. Y aunque es moneda común decir que ya pasaron los ochenta y toda aquella mandanga del dinero-rey, todavía ese acre perfume que exudan los billetes impregna el ambiente. Nada ejemplifica mejor tal fenómeno que la presencia de empresas, las cuales, en un esfuerzo que ya se encargan de machacarnos sus departamentos de marketing ("No sólo somos jóvenes y emprendedores, sino que además compramos esa escultura hecha de trozos de coche y tenemos los huevos de ponerla en la entrada de una de nuestras sedes de provincia") promocionan el arte moderno, subvencionando artistas y dando premios, al parecer con la misma generosidad y entusiasmo que antaño dedicaban a patrocinar guerrillas contrarrevolucionarias. Los enormes paneles de Coca-Cola, Deustche Bank, Renault (¡Sí! ¡También hay artistas JASP!) y otros señalan el declive irremediable del coleccionismo privado, que sostuvo el mercado del arte desde que reyes e Iglesia dejaron de ser los únicos mecenas, entregando ahora el testigo a empresas privadas e Instituciones públicas. Como ejemplo de éstas últimas pueden verse las más que aceptables colecciones con las que se han hecho AENA (Aeropuertos Españoles) y el Museo de Bellas Artes de Álava.

        Sin embargo, la omnipresencia de los grandes números no debe asustar al pequeño coleccionista, que puede encontrar grabados de artistas jóvenes por diez mil pesetas, o fotografías de Ouka Lele a partir de cien mil. Estando tan cerca de San Valentin, es indudable que, como regalo, es mucho más original que el (inevitable) teléfono móvil. Y si lo que se quiere es mostrar que se está verdaderamente enamorado, tan enamorado como sólo pueden estarlo los muy ricos, las obras de Chillida suben hasta los diez millones.
       Pero la inmensa mayoría de los visitantes parecen ignorar la vertiente comercial de la feria, centrándose en el aspecto transgresor y de creación del arte contemporáneo. Neófitos y sesudos expertos se arremolinan en torno los estilizadísimos retratos de la Infanta Elena y los duques de Alba surgidos del pincel del artista mejicano Alonso Mateo, o ante la apoteosis kitsch de los cuadros de Antonio de Felipe (con Isabel Pantoja convertida en una Inmaculada de Murillo), o, a falta de una vaca en formol como la que recientemente ha conmocionado el mundo del arte británico, ante el disfraz de oveja que expone Elise Ferguson en la galería Uncomfortable Spaces. Si, como mucha gente dice, el arte moderno no es más que una colección de chistes, hay que reconocer que estos son los más graciosos de la feria.
       "Hay mucha bazofia, pero también hay cosas muy divertidas". Las palabras de Merche, estudiante madrileña de Bellas Artes, parecen abundar en ese sentido. Al igual que sus amigas, Merche es una de esas Lánguidas Muchachas de Negro que rivalizan en abundancia con el otro gran colectivo capilar femenino: el de las pelirrojas Alborch style. Tamaña profusión no es gratuíta: las mujeres ya hace tiempo que han afirmado su posición en el mundo del arte contemporáneo, y sin necesidad de cuotas o zarandajas similares. Desde la directora del certámen (la incombustible Rosina Gómez-Acebo) hasta afamadas galeristas como Juana de Aizpuru, pasando por Ministras de Cultura o directoras de museos como María Corral, sin olvidar que el premio al artista revelación de este año ha recaído en Chelo Matesanz por su instalación (de confuso contenido feminista) "Mi niña está ansiosa".

            Fumando sin parar ("un artista fuma y no hace deporte"),  Merche me destaca algunas de las propuestas más innovadoras, si bien no puede evitar referirse a los clásicos cuando se le pregunta por el cuadro/escultura que se llevaría a casa. Aunque lo más posible es que acaben en las salas de un museo, las obras que más suspiros recolectan son el tríptico del siempre inquietante Francis Bacon, un estupendo cuadro de Picasso de 1919, el lírico intimismo de Claudio Bravo. Mención especial merecen las fotos imperecederas de Cartier-Bresson (la de Truman Capote, un auténtico monumento al desasosiego, debería ser de visionado obligatorio para todo aprendiz de escritor), custodiadas por otro de los grandes atractivos del presente certamen: las morrocotudas azafatas de Babelia, embutidas en unos trajes que resaltan su, digamos, donaire modiglianesco.
            Pero justo es advertir que la inmensa mayoría de los visitantes no parecen dispuestos a que criterio estético alguno les impida disfrutar de la feria (que, al fin y al cabo no es más que un elefantíasico 'Todo a 100' con ínfulas posmodernas), y así las hordas de niños que corren de acá para allá como si estuvieran en un banquete de boda arrastran a sus padres a ver una docena de cabezas de vaca plantadas en el suelo, o manosean sin reparos unos tambores contra los que un motor acciona unas baquetas. Una pareja de la Policía Nacional, contagiados sin duda de la atmósfera reinante, contempla con perplejidad un amasijo de metales retorcidos, sin comprender muy bien por qué el artista ha titulado aquello 'El latido del tiempo'. Los adolescentes que vienen en grupos escolares (andaluces y catalanes, sobre todo) comentan sin prejuicios lo que ven, y su falta de papanatismo logra a veces infundir a las obras la gracia de la que carecen. Muchos vienen con la mochila y el bocadillo, y a la hora de comer convierten los pasillos en un animado merendero en el que el tema mayoritario de conversación (y no podía ser de otra forma) es la noche de juerga que les espera en este Madrid que para ellos es la madre de todos los pecados, antes de volver el día siguiente a Sevilla o Barcelona. Javier y Marcos confirman que esto de ARCO está muy bien, pero que lo que de verdad quieren es ir esta misma noche a una discoteca: "Ya dormiremos mañana en el autobús". 
            Y es que ARCO ha perdido (si es que alguna vez la tuvo) esa imagen de radicalidad y marginalidad que algunos atribuyen al arte contemporáneo, y puede que ese no sea el menor de sus méritos. Una generación de españoles ha asumido sin sobresaltos aquello que no hace mucho revolvía a sus padres, y lo que se ha ganado en normalización cultural se ha perdido (y bien que lo lamentaba Buñuel) en capacidad de escandalizar. Hay que ser muy mojigato o muy excentrico para asustarse por los priápicos angelitos que exhibe la galería finlandesa Pelin, o por la multitud de sexos de todas clases y medidas que inundan telas y fotografías. Jose Luis y sus amigos, que hacen primero de hispánicas en Madrid, se encogen de hombros ante tal exhibición erótica, y concluyen rotundos: "Como si fuéramos a asustarnos por ver un coño". Pues eso.

            ¿Hacia dónde va el arte contemporáneo? La mueca de displicencia de Fabienne, de la galería Yvonamor Palix, me indica bien a las claras que he hecho la-pregunta-que-no-se-debe-hacer. "El arte electrónico", me dice sin mucho convencimiento, "será el arte del futuro". Fabienne es tan francesa que parece una caricatura, y como para muchos de los galeristas extranjeros que vienen a ARCO, ésta es una feria de gran interés (la segunda de Europa, tras Basilea). Tras hacerme una exhibición de su conocimiento del Madrid más canalla y noctámbulo ("la feria se abre a las doce de la mañana, y los artistas no madrugamos, bien sûr"), no duda en alabar abiertamente tanto la organización como la apertura de espíritu que muestran los visitantes, la famosa joie de vivre posfranquista. Evidentemente, Fabienne no lee ciertos periódicos españoles, y no seré yo quien la saque de su error.
            Lo cual me recuerda que puede que estemos ante el último ARCO socialista. ¿Influirá en algo el inminente comeback de la España Profunda en futuros certámenes? La mayoría de los encuestados optan por una prudencia que desmiente la tradición vanguardista del ramo, y sólo algún arriesgado se atreve a aventurar tecnicismos sobre la ley del Mecenazgo o sobre el tipo del IVA (situado actualmente en el 16 %). La previsible supresión del Ministerio de Cultura con que amenazan los populares apenas altera el pulso de un sector que, sin un decidido apoyo institucional, puede pasar por serios problemas.
            Pero hasta que tan nefastas noticias se confirmen, artistas y galeristas siguen al pie de la letra la vieja divisa del mundo de la farándula (con el que, por otra parte, tantas cosas tienen en común) de que el espectáculo debe continuar. Y apenas se apaguen los ecos de esta edición, creadores y marchantes comenzarán a planificar sus temporadas para que, al igual que los ciclistas con el Tour de Francia, todo esté a punto en el aún lejano febrero del 97, en el que dos señoras cargadas de pieles y que no se ven en todo el año tendrán oportunidad de abrazarse y decir: "Todos los años nos encontramos en ARCO".

Muñoz en 1994 (no se han encontrado fotos de él en 1996)

No hay comentarios:

Publicar un comentario