(Rebuscando en mis archivos he encontrado esta pieza que escribí para ARCO 96. Entonces yo estaba muy interesado en el arte contemporáneo, religión de la que hoy afortunadamente descreo)
Ella lleva una camiseta con una foto
de la rana Kermit, unos pantalones de campana azul azafata, por los que asoman
sendos zapatos de plataforma, y se cubre con El Abrigo De Aspirante A Artista,
sólo que tres tallas más grande de lo necesario, sobre el que caen dos coletas
entre pelirrojas y moradas. Él enarbola bigote, patillas y melena a lo Joaquín
Cortés, gasta chupa claveteada de
cuero con pantalones a juego, y botas de matar cucharachas. Ambos escrutan con
una fijeza implacable la obra que tienen enfrente: treinta mil centímetros
cuadrados de tela blanca, con unas pocas manchas de negro y amarillo. La
intensidad de su mirada es absoluta, como corresponde a alguien sobre cuyos frágiles
hombros reposa el peso de sacar al resto de los mortales de su ignominiosa
incultura en materia de arte actual. Criado con la televisión, su capacidad de
concentración es breve, y apenas han pasado veinte segundos cuando se vuelve
hacia la chica, y con voz sentenciosa le dice:
- Este cuadro está al revés.
La Feria Internacional de Arte
Contemporáneo de Madrid (ARCO) hace ya tiempo que ha trascendido del estrecho
marco que podría presuponer su elitista enunciado para convertirse en uno de
los acontecimientos más esperados de la temporada social española. "Todos
los años nos encontramos en ARCO", se saludan efusivamente dos señoras de
mediana edad, cubiertas de pieles y collares, a las que no parece importunar la
presencia de una instalación en la que Barbie y Ken copulan incansablemente.
Sobreviviendo a la inevitable crisis de
madurez, a los cambios de emplazamiento y a la timidez de los inversionistas,
la feria festeja su XV edición, superando año tras año las cifras de ventas, de
asistentes y de participación. No resulta difícil pronosticar que el número de
visitantes rebasará el del año pasado, que ya alcanzó las ciento cuarenta y dos
mil personas. Genuino producto de la España democrática, las galerías exponen
lo mejor de cada casa ante una muchedumbre ávida de experiencias, que, al menos
en este campo, ha conservado el espíritu lúdico e innovador de la tan añorada
'movida madrileña'. En la primera quincena de Febrero, y poco antes de los
carnavales, cualquier persona que tenga ganas de divertirse sabe que tiene una
cita con los conejos de Barry Flanagan, los gordos de Botero, los graffitis de
Keith Haring, las fotocopias de Andy Warhol, el cuadro interminable de Tapies,
las españoladas de Eduardo Arroyo, y montones de cuadros, esculturas y cosas más, fiel reflejo de un mundo tan
confuso como sus obras de arte.
Porque esto es arte ¿o no? Ramón, un
médico jubilado del barrio de Salamanca, mira con escepticismo una espiral de
pies de plástico cercenados por el tobillo y se encoge de hombros. "Esto
ni es arte ni es nada. Es una tomadura de pelo". Cuando se atreve a
preguntar el precio no puede evitar una mueca irónica: "Y habrá gente que
lo pague". Ramón ha venido con su hijo y su nuera, y en toda la mañana no
ha encontrado más que unos grabados de Picasso que le han gustado. Y las chicas
de las galerias, claro está.
- Bueno, éste en especial es un
poquito caro...
Dinero. Estamos en el Recinto Ferial
Juan Carlos I, una más de las muchas joyas de las muchas coronas de ese
vendaval llamado ultraliberalismo económico, que sopla con fuerza por todo el
mundo. Algo así como una especie de zoológico de mercancías, bienes y
servicios, que dentro de unos días albergará la Semana Internacional de la
Moda, y posteriormente ExpoÓptica, o La Feria del Yate. Y aunque es moneda
común decir que ya pasaron los ochenta y toda aquella mandanga del dinero-rey,
todavía ese acre perfume que exudan los billetes impregna el ambiente. Nada
ejemplifica mejor tal fenómeno que la presencia de empresas, las cuales, en un
esfuerzo que ya se encargan de machacarnos sus departamentos de marketing
("No sólo somos jóvenes y emprendedores, sino que además compramos esa escultura
hecha de trozos de coche y tenemos los huevos de ponerla en la entrada de una
de nuestras sedes de provincia") promocionan el arte moderno,
subvencionando artistas y dando premios, al parecer con la misma generosidad y
entusiasmo que antaño dedicaban a patrocinar guerrillas contrarrevolucionarias.
Los enormes paneles de Coca-Cola, Deustche Bank, Renault (¡Sí! ¡También hay
artistas JASP!) y otros señalan el declive irremediable del coleccionismo
privado, que sostuvo el mercado del arte desde que reyes e Iglesia dejaron de
ser los únicos mecenas, entregando ahora el testigo a empresas privadas e
Instituciones públicas. Como ejemplo de éstas últimas pueden verse las más que
aceptables colecciones con las que se han hecho AENA (Aeropuertos Españoles) y
el Museo de Bellas Artes de Álava.
Sin embargo, la omnipresencia de los
grandes números no debe asustar al pequeño coleccionista, que puede encontrar
grabados de artistas jóvenes por diez mil pesetas, o fotografías de Ouka Lele a
partir de cien mil. Estando tan cerca de San Valentin, es indudable que, como
regalo, es mucho más original que el (inevitable) teléfono móvil. Y si lo que
se quiere es mostrar que se está verdaderamente enamorado, tan enamorado como
sólo pueden estarlo los muy ricos, las obras de Chillida suben hasta los diez
millones.
Pero la inmensa mayoría de los
visitantes parecen ignorar la vertiente comercial de la feria, centrándose en
el aspecto transgresor y de creación del arte contemporáneo. Neófitos y sesudos
expertos se arremolinan en torno los estilizadísimos retratos de la Infanta
Elena y los duques de Alba surgidos del pincel del artista mejicano Alonso
Mateo, o ante la apoteosis kitsch de
los cuadros de Antonio de Felipe (con Isabel Pantoja convertida en una
Inmaculada de Murillo), o, a falta de una vaca en formol como la que
recientemente ha conmocionado el mundo del arte británico, ante el disfraz de
oveja que expone Elise Ferguson en la galería Uncomfortable Spaces. Si, como
mucha gente dice, el arte moderno no es más que una colección de chistes, hay
que reconocer que estos son los más graciosos de la feria.
"Hay mucha bazofia, pero
también hay cosas muy divertidas". Las palabras de Merche, estudiante
madrileña de Bellas Artes, parecen abundar en ese sentido. Al igual que sus amigas,
Merche es una de esas Lánguidas Muchachas de Negro que rivalizan en abundancia
con el otro gran colectivo capilar femenino: el de las pelirrojas Alborch style. Tamaña profusión no es gratuíta:
las mujeres ya hace tiempo que han afirmado su posición en el mundo del arte
contemporáneo, y sin necesidad de cuotas o zarandajas similares. Desde la
directora del certámen (la incombustible Rosina Gómez-Acebo) hasta afamadas
galeristas como Juana de Aizpuru, pasando por Ministras de Cultura o directoras
de museos como María Corral, sin olvidar que el premio al artista revelación de
este año ha recaído en Chelo Matesanz por su instalación (de confuso contenido
feminista) "Mi niña está ansiosa".
Fumando sin parar ("un artista
fuma y no hace deporte"), Merche me
destaca algunas de las propuestas más innovadoras, si bien no puede evitar
referirse a los clásicos cuando se le pregunta por el cuadro/escultura que se
llevaría a casa. Aunque lo más posible es que acaben en las salas de un museo,
las obras que más suspiros recolectan son el tríptico del siempre inquietante
Francis Bacon, un estupendo cuadro de Picasso de 1919, el lírico intimismo de
Claudio Bravo. Mención especial merecen las fotos imperecederas de
Cartier-Bresson (la de Truman Capote, un auténtico monumento al desasosiego,
debería ser de visionado obligatorio para todo aprendiz de escritor),
custodiadas por otro de los grandes atractivos del presente certamen: las
morrocotudas azafatas de Babelia,
embutidas en unos trajes que resaltan su, digamos, donaire modiglianesco.
Pero justo es advertir que la
inmensa mayoría de los visitantes no parecen dispuestos a que criterio estético
alguno les impida disfrutar de la feria (que, al fin y al cabo no es más que un
elefantíasico 'Todo a 100' con ínfulas posmodernas), y así las hordas de niños
que corren de acá para allá como si estuvieran en un banquete de boda arrastran
a sus padres a ver una docena de cabezas de vaca plantadas en el suelo, o
manosean sin reparos unos tambores contra los que un motor acciona unas
baquetas. Una pareja de la Policía Nacional, contagiados sin duda de la
atmósfera reinante, contempla con perplejidad un amasijo de metales retorcidos,
sin comprender muy bien por qué el artista ha titulado aquello 'El latido del
tiempo'. Los adolescentes que vienen en grupos escolares (andaluces y
catalanes, sobre todo) comentan sin prejuicios lo que ven, y su falta de
papanatismo logra a veces infundir a las obras la gracia de la que carecen.
Muchos vienen con la mochila y el bocadillo, y a la hora de comer convierten
los pasillos en un animado merendero en el que el tema mayoritario de
conversación (y no podía ser de otra forma) es la noche de juerga que les
espera en este Madrid que para ellos es la madre de todos los pecados, antes de
volver el día siguiente a Sevilla o Barcelona. Javier y Marcos confirman que
esto de ARCO está muy bien, pero que lo que de verdad quieren es ir esta misma
noche a una discoteca: "Ya dormiremos mañana en el autobús".
Y es que ARCO ha perdido (si es que
alguna vez la tuvo) esa imagen de radicalidad y marginalidad que algunos
atribuyen al arte contemporáneo, y puede que ese no sea el menor de sus
méritos. Una generación de españoles ha asumido sin sobresaltos aquello que no
hace mucho revolvía a sus padres, y lo que se ha ganado en normalización
cultural se ha perdido (y bien que lo lamentaba Buñuel) en capacidad de
escandalizar. Hay que ser muy mojigato o muy excentrico para asustarse por los
priápicos angelitos que exhibe la galería finlandesa Pelin, o por la multitud de
sexos de todas clases y medidas que inundan telas y fotografías. Jose Luis y
sus amigos, que hacen primero de hispánicas en Madrid, se encogen de hombros
ante tal exhibición erótica, y concluyen rotundos: "Como si fuéramos a
asustarnos por ver un coño". Pues eso.
¿Hacia dónde va el arte
contemporáneo? La mueca de displicencia de Fabienne, de la galería Yvonamor
Palix, me indica bien a las claras que he hecho
la-pregunta-que-no-se-debe-hacer. "El arte electrónico", me dice sin
mucho convencimiento, "será el arte del futuro". Fabienne es tan
francesa que parece una caricatura, y como para muchos de los galeristas
extranjeros que vienen a ARCO, ésta es una feria de gran interés (la segunda de
Europa, tras Basilea). Tras hacerme una exhibición de su conocimiento del
Madrid más canalla y noctámbulo ("la feria se abre a las doce de la
mañana, y los artistas no madrugamos, bien
sûr"), no duda en alabar abiertamente tanto la organización como la
apertura de espíritu que muestran los visitantes, la famosa joie de vivre posfranquista.
Evidentemente, Fabienne no lee ciertos periódicos españoles, y no seré yo quien
la saque de su error.
Lo cual me recuerda que puede que
estemos ante el último ARCO socialista. ¿Influirá en algo el inminente comeback de la España Profunda en
futuros certámenes? La mayoría de los encuestados optan por una prudencia que
desmiente la tradición vanguardista del ramo, y sólo algún arriesgado se atreve
a aventurar tecnicismos sobre la ley del Mecenazgo o sobre el tipo del IVA
(situado actualmente en el 16 %). La previsible supresión del Ministerio de
Cultura con que amenazan los populares apenas altera el pulso de un sector que,
sin un decidido apoyo institucional, puede pasar por serios problemas.
Pero hasta que tan nefastas noticias
se confirmen, artistas y galeristas siguen al pie de la letra la vieja divisa
del mundo de la farándula (con el que, por otra parte, tantas cosas tienen en
común) de que el espectáculo debe continuar. Y apenas se apaguen los ecos de
esta edición, creadores y marchantes comenzarán a planificar sus temporadas
para que, al igual que los ciclistas con el Tour de Francia, todo esté a punto
en el aún lejano febrero del 97, en el que dos señoras cargadas de pieles y que
no se ven en todo el año tendrán oportunidad de abrazarse y decir: "Todos
los años nos encontramos en ARCO".
Muñoz en 1994 (no se han encontrado fotos de él en 1996) |
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