martes, 30 de mayo de 2017

El Coronel Aureliano Buendía y su Banda de Corazones Solitarios


            A principios de junio de 1967, hace ahora justamente medio siglo (que se dice pronto), el conflicto árabe-israelí estallaba (una vez más) en la efímera Guerra de los Seis Días, elevando a la categoría de celebridad planetaria al general judío Moshe Dayan. Los niños de la época, al ver su imagen en el Telediario, no  podíamos evitar simpatizar con aquel tipo con parche de pirata, y tardaríamos muchos años en averiguar que tenía muy poco que ver con John Silver el Largo o con Barbarroja, pues, en lugar de tesoros, enterró a miles de combatientes haciendo gala de una crueldad verdaderamente innecesaria. Pero a lo que vamos. En esas mismas fechas, a muchos kilómetros de distancia, alcanzaron la fama otros dos militares no menos ilustres y desde luego mucho menos sanguinarios: el melancólico y levantisco Coronel Aureliano Buendía y el muy poco belicoso Sargento Pepper.

            Aunque su partida de nacimiento fuera expedida en Argentina (fue en Buenos Aires donde se publicó, el treinta de mayo), el primero es uno de los muy caribeños protagonistas de la novela más conocida del llamado 'boom' de la literatura hispanoamericana: "Cien años de soledad", del colombiano Gabriel García Márquez. Puesto que el libro lo permite (y casi lo exige), permitámonos el lujo de ser excesivos: a través de trescientas cincuenta páginas, el escritor de Aracataca nos fascina con un siglo de la turbulenta historia de Macondo, ciudad imaginaria en la que se resumen todas las convulsas etapas por las que ha pasado Latinoamérica, utilizando una estructura circular que nos llevará desde su fundación (en la que el mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo) hasta su agónico final, en que la ciudad es arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres. Entre ambos acontecimientos, seremos deslumbrados por personajes bigger than life, entre los cuales seleccionar alguno es mera cuestión de gusto personal (ah, el entrañable arbitrista José Arcadio Buendía: qué difícil me resulta no identificarme con su desmesura). De la misma manera, no podremos dejar de emocionarnos con las historias que, como nervaduras góticas, se entrecruzan una y otra vez, y entre las que se pueden destacar la inacabable y absurda (¿alguna no lo es?) guerra, o el episodio de la matanza del banano. Y sobrevolándolo todo, como los gallinazos que tan copioso festín se dan en la novela, el verbo incandescente de García Márquez, el único escritor que nos puede hacer creer que el Padre Nicanor Reyna levitaba mediante la ingestión de una taza de chocolate, o que el Judío Errante, capturado y muerto en Macondo, tenía en los omoplatos los muñones cicatrizados y callosos de unas alas potentes, que debieron ser desbastadas con hachas de labrador. El resto es bien conocido: la fulgurante reválida a nivel mundial de la narrativa hispanoamericana, las reediciones hiperbólicas, el encono de algunos popes de la crítica (pero, ¡si es, arg, entretenido!), el Premio Nobel, el molesto status de clásico viviente.


Es tan alto el pedestal sobre el que reluce que no lo denigrará ni siquiera una excursión por mi álbum de recuerdos: cumplía yo catorce años (estamos en 1978) cuando mi tía-abuela Beatriz me regaló un libro que había encontrado en el rellano de su escalera, toma, para ti, qué formalito nos ha salido, todo el día leyendo. Sé que suena muy realismo mágico, pero se trataba de la mítica edición de Sudamericana, con la “E” del título al revés. Devoré la novela del tirón, y juraría que aún no me he repuesto.

            Pero abandonemos Macondo y vayamos a la pérfida Albión. El primero de junio, también en aquella prodigiosa semana, el todo Londres se estremecía con parecida intensidad: "Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band" (El Sargento Pepper y su Banda de los Corazones Solitarios), el nuevo LP de The Beatles, se encaramaba a lo más alto de las listas, lugar de privilegio que no abandonaría durante casi doce meses. Ah, pero aquí no hay sorpresa. Si el Gabo pre-Cien años... no era sino un oscuro escritor semidesconocido, los Fab Four ya eran más famosos que Jesucristo (en la gráfica imagen de John Lennon: supongo que hoy diría “más famosos que Mark Zuckerberg”). Entonces, ¿por qué tanto alboroto por un disco que, bien mirado, no contiene ninguno de los hits más conocidos del cuarteto? ¿A qué viene tanto ditirambo por un simple disco de rock?

            Ahí está el error. El "Sgt. Pepper's..." no es un simple disco de rock. Es, probablemente, la más lograda e influyente colección de canciones que ha producido la música popular desde el momento en que, proveniente de EEUU y filtrada por los británicos, se convierte en la banda sonora de varias generaciones. No cuesta tanto recordar que, antes de ser lobotomizados por el reggaetón y los Másters en Administración de Empresas, el rock and roll representó para la juventud mundial, como no supo hacerlo ninguna de las artes tradicionales, eso tan pedante que los alemanes llaman zeitgeist, el espíritu de los tiempos. Y nadie mejor que The Beatles para abanderar aquel reflujo libertario, probablemente el momento de la Historia en que más lejos se ha ido en cuanto al desarrollo de los derechos individuales de la persona.

            Ah, pero me estoy poniendo estupendo, y tanta fraseología amenaza con ocultar ese ramillete de joyas, esas irresistibles trece canciones que hicieron caer muchos de los prejuicios que acantonaban a sus autores como un mero fenómeno juvenil sin mayor trascendencia. Desde la misma portada (tan rupturista), obra de Peter Blake, hasta la nunca desmentida incitación lisérgica de Lucy in the sky with diamods, pasando por la incuestionable perfección de las composiciones de Lennon y McCartney, incluso el más furibundo de sus detractores hubo de reconocer que aquello era una obra madura, un firme candidato a ser, dentro de unos años, la verdadera música clásica surgida a caballo de dos milenios.


         Un Coronel colombiano y un Sargento inglés. Dos seres de fábula que han sobrevivido a la usura de los tiempos mucho mejor que sus colegas de carne y hueso (¿quién se acuerda ahora de Moshe Dayan?), y a los que, aparte de su afición por charreteras y toques de retreta, unen hilos invisibles, menos disparatados de lo que pudieran parecer. ¿No sería el circo de Mr. Kite aquel al que se alistó José Arcadio? ¿No es evidente que Remedios, la bella, una vez llegada a los cielos, se convirtió en Lucy in the sky with diamonds? ¿La soledad de la Banda del Sargento Pepper no es la misma que marca el cruel destino de los Buendía? ¿Y, para acabar, de qué otro modo podría ensalzarse She is leaving home si no es con las palabras que Gabo utiliza para describir la canción con la que Pietro Crespi intenta conseguir a una irreductible Amaranta: Macondo despertó en una especie de estupor, angelizado por una cítara que no merecía ser de este mundo y una voz como no podía concebirse que hubiera otra en la tierra con tanto amor