A principios de junio de 1967, hace ahora justamente
medio siglo (que se dice pronto), el conflicto árabe-israelí estallaba (una vez
más) en la efímera Guerra de los Seis Días, elevando a la categoría de celebridad
planetaria al general judío Moshe Dayan. Los niños de la época, al ver su
imagen en el Telediario, no podíamos
evitar simpatizar con aquel tipo con parche de pirata, y tardaríamos muchos
años en averiguar que tenía muy poco que ver con John Silver el Largo o con
Barbarroja, pues, en lugar de tesoros, enterró a miles de combatientes haciendo
gala de una crueldad verdaderamente innecesaria. Pero a lo que vamos. En esas
mismas fechas, a muchos kilómetros de distancia, alcanzaron la fama otros dos
militares no menos ilustres y desde luego mucho menos sanguinarios: el
melancólico y levantisco Coronel Aureliano Buendía y el muy poco belicoso
Sargento Pepper.
Aunque su partida de nacimiento fuera expedida en
Argentina (fue en Buenos Aires donde se publicó, el treinta de mayo), el
primero es uno de los muy caribeños protagonistas de la novela más conocida del
llamado 'boom' de la literatura hispanoamericana: "Cien años de
soledad", del colombiano Gabriel García Márquez. Puesto que el libro lo
permite (y casi lo exige), permitámonos el lujo de ser excesivos: a través de
trescientas cincuenta páginas, el escritor de Aracataca nos fascina con un
siglo de la turbulenta historia de Macondo, ciudad imaginaria en la que se
resumen todas las convulsas etapas por las que ha pasado Latinoamérica,
utilizando una estructura circular que nos llevará desde su fundación (en la
que el mundo era tan reciente, que muchas
cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo)
hasta su agónico final, en que la ciudad es arrasada
por el viento y desterrada de la memoria de los hombres. Entre ambos
acontecimientos, seremos deslumbrados por personajes bigger than life, entre los cuales seleccionar alguno es mera
cuestión de gusto personal (ah, el entrañable arbitrista José Arcadio Buendía:
qué difícil me resulta no identificarme con su desmesura). De la misma manera,
no podremos dejar de emocionarnos con las historias que, como nervaduras
góticas, se entrecruzan una y otra vez, y entre las que se pueden destacar la
inacabable y absurda (¿alguna no lo es?) guerra, o el episodio de la matanza
del banano. Y sobrevolándolo todo, como los gallinazos que tan copioso festín
se dan en la novela, el verbo incandescente de García Márquez, el único
escritor que nos puede hacer creer que el Padre Nicanor Reyna levitaba mediante
la ingestión de una taza de chocolate, o que el Judío Errante, capturado y
muerto en Macondo, tenía en los omoplatos
los muñones cicatrizados y callosos de unas alas potentes, que debieron ser
desbastadas con hachas de labrador. El resto es bien conocido: la
fulgurante reválida a nivel mundial de la narrativa hispanoamericana, las
reediciones hiperbólicas, el encono de algunos popes de la crítica (pero, ¡si
es, arg, entretenido!), el Premio Nobel, el molesto status de clásico viviente.
Es tan alto el
pedestal sobre el que reluce que no lo denigrará ni siquiera una excursión por
mi álbum de recuerdos: cumplía yo catorce años (estamos en 1978) cuando mi
tía-abuela Beatriz me regaló un libro que había encontrado en el rellano de su
escalera, toma, para ti, qué formalito nos ha salido, todo el día leyendo. Sé
que suena muy realismo mágico, pero se trataba de la mítica edición de
Sudamericana, con la “E” del título al revés. Devoré la novela del tirón, y juraría
que aún no me he repuesto.
Pero abandonemos Macondo y
vayamos a la pérfida Albión. El primero de junio, también en aquella prodigiosa
semana, el todo Londres se estremecía con parecida intensidad: "Sgt.
Pepper's Lonely Hearts Club Band" (El Sargento Pepper y su Banda de los
Corazones Solitarios), el nuevo LP de The Beatles, se encaramaba a lo más alto
de las listas, lugar de privilegio que no abandonaría durante casi doce meses. Ah,
pero aquí no hay sorpresa. Si el Gabo pre-Cien
años... no era sino un oscuro escritor semidesconocido, los Fab Four ya
eran más famosos que Jesucristo (en la gráfica imagen de John Lennon: supongo
que hoy diría “más famosos que Mark Zuckerberg”). Entonces, ¿por qué tanto alboroto
por un disco que, bien mirado, no contiene ninguno de los hits más conocidos
del cuarteto? ¿A qué viene tanto ditirambo por un simple disco de rock?
Ahí está el error. El "Sgt. Pepper's..." no es
un simple disco de rock. Es, probablemente, la más lograda e influyente
colección de canciones que ha producido la música popular desde el momento en
que, proveniente de EEUU y filtrada por los británicos, se convierte en la
banda sonora de varias generaciones. No cuesta tanto recordar que, antes de ser
lobotomizados por el reggaetón y los Másters en Administración de Empresas, el
rock and roll representó para la juventud mundial, como no supo hacerlo ninguna
de las artes tradicionales, eso tan pedante que los alemanes llaman zeitgeist, el espíritu de los tiempos. Y
nadie mejor que The Beatles para abanderar aquel reflujo libertario,
probablemente el momento de la Historia en que más lejos se ha ido en cuanto al
desarrollo de los derechos individuales de la persona.
Ah, pero me estoy poniendo estupendo, y tanta fraseología
amenaza con ocultar ese ramillete de joyas, esas irresistibles trece canciones
que hicieron caer muchos de los prejuicios que acantonaban a sus autores como
un mero fenómeno juvenil sin mayor trascendencia. Desde la misma portada (tan
rupturista), obra de Peter Blake, hasta la nunca desmentida incitación
lisérgica de Lucy in the sky with diamods,
pasando por la incuestionable perfección de las composiciones de Lennon y
McCartney, incluso el más furibundo de sus detractores hubo de reconocer que aquello era una obra madura, un firme
candidato a ser, dentro de unos años, la verdadera música clásica surgida a
caballo de dos milenios.
Un Coronel colombiano y un Sargento inglés. Dos seres de
fábula que han sobrevivido a la usura de los tiempos mucho mejor que sus
colegas de carne y hueso (¿quién se acuerda ahora de Moshe Dayan?), y a los
que, aparte de su afición por charreteras y toques de retreta, unen hilos
invisibles, menos disparatados de lo que pudieran parecer. ¿No sería el circo
de Mr. Kite aquel al que se alistó José Arcadio? ¿No es evidente que Remedios,
la bella, una vez llegada a los cielos, se convirtió en Lucy in the sky with diamonds? ¿La soledad de la Banda del Sargento
Pepper no es la misma que marca el cruel destino de los Buendía? ¿Y, para
acabar, de qué otro modo podría ensalzarse She
is leaving home si no es con las palabras que Gabo utiliza para describir
la canción con la que Pietro Crespi intenta conseguir a una irreductible
Amaranta: Macondo despertó en una especie
de estupor, angelizado por una cítara que no merecía ser de este mundo y una
voz como no podía concebirse que hubiera otra en la tierra con tanto amor?