Mi absoluta ignorancia respecto de
los protocolos que rigen la crítica literaria facilita enormemente mi
acercamiento a “De vicio”. No necesito saber si es una novela social, o un bildungsroman, hasta estaría por jurar
que me la bufa si tiene elementos de autoficción. Bastará con que diga que
Santos Padilla me cuenta una serie de acontecimientos (divertidos unos,
aterradores otros, esclarecedores todos) que yo me creo al pie de la letra,
gracias a un manejo de la voz protagonista que me ha impedido cerrar el libro
hasta la amarga escena final. Cuidado: no estoy diciendo que sea un libro
verista, de esos que tienes que creerte como artículo de fe, cual si hubieran
sido escritos por un notario. Yo no sé si Santos Padilla me está contando la
verdad, ni me importa. Lo relevante es que su forma de contarla es
literariamente magnífica, una voz que me remite a otras grandes novelas de voz
(mira, quizás estoy inventando un concepto de crítica literaria) como “La vida
perra de Juanita Narboni”, “El Jarama” o “La plaza del Diamante”. Libros en los
que el autor (a través de una aparente sencillez verbal y estructural) nos
llega a hacer olvidar que estamos adentrándonos en un sofisticadísimo aparato
cultural llamado “novela”, más falso que un duro de madera. La voz que ocupa
todas las páginas del libro entronca con algunos autores ingleses (Nick Hornby,
Irvine Welsh, el Martin Amis más cockney),
y nos lleva desde 1988 a 2008, veinte años que no serán nada en las
acarameladas estrofas del tango, pero que en La Elipa son mucho, muchísimo, el
tránsito desde los pasillos de la Facultad hasta las antesalas de la Gran
Crisis (“eso es el mercado, amigo”, Rodrigo dixit).
Con las “Aventuras de Arthur Gordon Pym” como amuleto, el protagonista emprende
un viaje sin retorno a lomos del cambio de milenio: empleos destartalados,
novias de caducidad breve, autobiografías pigmeas, drogas a veces chungas, a
veces muy chungas… Ulises (perdón: Santos) ha de sortear todas las trampas que
le arroja Poseidón, o Zeus, o quien coño sea, y que tanta manía parece tener a
nuestro protagonista. El personaje de la madre (si me dejáis que consulte mi
diccionario de mitología… euh, aquí está: Gea, ese centro de gravedad
permanente al que cantaba Battiato) equilibra un relato que de otro modo podría
haber caído en lo pintoresco, en lo meramente suburbial. Lejos de regodearse en
estereotipos, Santos es una mezcla del Lazarillo y de Johnny Cifuentes, y,
rendido fan de los dos como soy, no puedo sino recomendar vivamente este libro,
un estimulante recordatorio de que la literatura consiste, nada más y nada menos, en saber contar.
PS.
Arturo G. Pavón, una vez recuperada su identidad de César S. Sánchez (no
preguntéis, es una historia complicada) presenta su nueva novela este jueves
día 1 de febrero, a las 19:00, en “Pandora’s Vox” (Calle Rafael de Riego, 1).
“Ciudades en las que nunca has estado”: intrigante título, voto a tal.