Si alguien me preguntara (y no sé
por qué no lo hacen) qué necesitamos en estos tiempos tan convulsos, diría que
ingenuidad. Kilos, toneladas, montañas, océanos de ingenuidad. No voy a ser tan
cursi como para decir que es urgente que recuperemos la limpia mirada de un
niño, pero por ahí le andará. Me explicaré: nos hemos resabiado demasiado,
sabemos de todo, pontificamos como inquisidores, juzgamos a las primeras de
cambio, condenamos pero ya. Por eso, recibí con indudable alegría la noticia de
que volvía “Ajoblanco”, la mítica revista libertaria catalana que con tanto
fervor leí cuando iba al Instituto. Qué época aquella: casi todo lo hippie /
anarco / subversivo venía de allí, empezando por las revistas (además del “Ajo”
estaban los cómics como “El Víbora” o “Cairo”, y en el mundo de la música
“Vibraciones”, “Popular 1” y otras muchas), siguiendo por grupos como la
Compañía Eléctrica Dharma o Iceberg (mezcla de
prog e infumable jazz-rock, pero con unas melenazas que
horrorizaban a nuestras madres) o el inclasificable “El Papus”. Mientras tanto,
Madrid era una urbanización suburbial de un millón de notarios que tardó algo en despertar tras la criogenización franquista,
aunque cuando lo hizo su estallido oscureció a la Ciudad Condal, despertando un
resquemor que, en parte, intuyo que está debajo de la hojarasca de agravios que
ahora nos ahoga. Pero volvamos a aquellas revistas: me fascinaban. A decir
verdad, no las entendía demasiado, su jerigonza post-situacionista y comunal me
desbordaba, no terminaba de pillar las sutilezas de sus artículos dedicados a
la antipsiquiatría o a la colectivización. Pero el poderosísimo aliento de
libertad que emanaban me dejaba alelado, eran un soplo de aire en el muy
viciado y vicioso túnel de viento en el que estábamos metidos en la Baja
Transición (y del que salimos, fíjate tú por dónde, gracias al Tejerazo: es una
teoría propia que admite refutaciones). Por ahí deben de seguir guardados mis
viejas revistas, en alguna tímida repisa de mi biblioteca, cuando me encuentro
muy nostálgico saco algún número, me pongo en el
pick up a Pau Riba (“Dioptria” es una jodida obra maestra, y yo no
utilizo el adjetivo que empieza por jota así como así), y flipo un rato.
A lo que vamos: me compro el nuevo
“Ajoblanco” (7 euros: ni barato ni caro). Buena encuadernación, reportajes
jugosos, la dosis justa de libertarismo sin caer en el panfleto. Las únicas
firmas que conozco son las de Juan Soto Ivars y Javier Pérez de Andújar, y
tuerzo el morro cuando veo que hay una entrevista a Claudio Naranjo (¿quién
será el próximo, Paolo Coelho?). Cuando cierro sus 130 páginas, caigo en que no
hay ni una sola mención a lo que está pasando en Cataluña. ¡Una revista
alternativa editada allí que no dedica ni una línea al fementido Procès! Una de
dos: o son de una ingenuidad desarmante, o (y esta posibilidad me gusta más)
tienen un sentido de la provocación fino filipino. Es más, y no sé si es un
sutil puente tendido, dedican el primer artículo a “El Madrid rebelde”, un
generoso recorrido por las iniciativas autogestionarias de la capital del
Estado, por utilizar la jerga al uso. Qué audacia: recuerdo que leí hace unos
años las memorias del factótum de la revista, Pepe Ribas (“Los setenta a
destajo”), y me pareció que se trataba de un personaje genuinamente hippie,
inmune a las disputas políticas, más preocupado por su desconexión personal del
sistema que por desfilar marcialmente todos los 11 de septiembre haciendo el
paso de la estelada. El nuevo avatar de “Ajoblanco” demuestra que la llama
libertaria sigue viva en Cataluña, y que es una infamia que las monjitas
leninistas de la CUP se atrevan siquiera a reclamarse herederas de personajes
tan mercuriales (todos surgieron en la estela de “Ajoblanco”, o colaboraron con
la revista, o simplemente pasaban por allí) como Ocaña, Nazario, Sisa, el
Perich, Vázquez Montalbán o Mariscal, a los que la
Cataluña über Alles que precocinó maese Pujol y ahora emplatan sus
herederos se la bufaba ampliamente. En fin, que me parece un signo de esperanza
poder incorporar de nuevo al “Ajo…” a mi dieta lectora, un poco desvitaminada
últimamente. Y como han tenido la audacia de autogestionarse (no admiten
publicidad) animo a mis hordas de lectores a rascarse el bolsillo y contribuir
a que sobreviva uno de los escasísimos reductos de libertad que quedan fuera
del mercado. Como dijo Timothy Leary: “
Turn
on, tune in, drop out!” (traduzco: “¡compra el Ajoblanco, joder, que son
solo siete euros!”)
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