jueves, 14 de septiembre de 2017

Regreso (ácrata) al pasado (lisérgico)


          Si alguien me preguntara (y no sé por qué no lo hacen) qué necesitamos en estos tiempos tan convulsos, diría que ingenuidad. Kilos, toneladas, montañas, océanos de ingenuidad. No voy a ser tan cursi como para decir que es urgente que recuperemos la limpia mirada de un niño, pero por ahí le andará. Me explicaré: nos hemos resabiado demasiado, sabemos de todo, pontificamos como inquisidores, juzgamos a las primeras de cambio, condenamos pero ya. Por eso, recibí con indudable alegría la noticia de que volvía “Ajoblanco”, la mítica revista libertaria catalana que con tanto fervor leí cuando iba al Instituto. Qué época aquella: casi todo lo hippie / anarco / subversivo venía de allí, empezando por las revistas (además del “Ajo” estaban los cómics como “El Víbora” o “Cairo”, y en el mundo de la música “Vibraciones”, “Popular 1” y otras muchas), siguiendo por grupos como la Compañía Eléctrica Dharma o Iceberg (mezcla de prog e infumable jazz-rock, pero con unas melenazas que horrorizaban a nuestras madres) o el inclasificable “El Papus”. Mientras tanto, Madrid era una urbanización suburbial de un millón de notarios que tardó algo en despertar tras la criogenización franquista, aunque cuando lo hizo su estallido oscureció a la Ciudad Condal, despertando un resquemor que, en parte, intuyo que está debajo de la hojarasca de agravios que ahora nos ahoga. Pero volvamos a aquellas revistas: me fascinaban. A decir verdad, no las entendía demasiado, su jerigonza post-situacionista y comunal me desbordaba, no terminaba de pillar las sutilezas de sus artículos dedicados a la antipsiquiatría o a la colectivización. Pero el poderosísimo aliento de libertad que emanaban me dejaba alelado, eran un soplo de aire en el muy viciado y vicioso túnel de viento en el que estábamos metidos en la Baja Transición (y del que salimos, fíjate tú por dónde, gracias al Tejerazo: es una teoría propia que admite refutaciones). Por ahí deben de seguir guardados mis viejas revistas, en alguna tímida repisa de mi biblioteca, cuando me encuentro muy nostálgico saco algún número, me pongo en el pick up a Pau Riba (“Dioptria” es una jodida obra maestra, y yo no utilizo el adjetivo que empieza por jota así como así), y flipo un rato.

            A lo que vamos: me compro el nuevo “Ajoblanco” (7 euros: ni barato ni caro). Buena encuadernación, reportajes jugosos, la dosis justa de libertarismo sin caer en el panfleto. Las únicas firmas que conozco son las de Juan Soto Ivars y Javier Pérez de Andújar, y tuerzo el morro cuando veo que hay una entrevista a Claudio Naranjo (¿quién será el próximo, Paolo Coelho?). Cuando cierro sus 130 páginas, caigo en que no hay ni una sola mención a lo que está pasando en Cataluña. ¡Una revista alternativa editada allí que no dedica ni una línea al fementido Procès! Una de dos: o son de una ingenuidad desarmante, o (y esta posibilidad me gusta más) tienen un sentido de la provocación fino filipino. Es más, y no sé si es un sutil puente tendido, dedican el primer artículo a “El Madrid rebelde”, un generoso recorrido por las iniciativas autogestionarias de la capital del Estado, por utilizar la jerga al uso. Qué audacia: recuerdo que leí hace unos años las memorias del factótum de la revista, Pepe Ribas (“Los setenta a destajo”), y me pareció que se trataba de un personaje genuinamente hippie, inmune a las disputas políticas, más preocupado por su desconexión personal del sistema que por desfilar marcialmente todos los 11 de septiembre haciendo el paso de la estelada. El nuevo avatar de “Ajoblanco” demuestra que la llama libertaria sigue viva en Cataluña, y que es una infamia que las monjitas leninistas de la CUP se atrevan siquiera a reclamarse herederas de personajes tan mercuriales (todos surgieron en la estela de “Ajoblanco”, o colaboraron con la revista, o simplemente pasaban por allí) como Ocaña, Nazario, Sisa, el Perich, Vázquez Montalbán o Mariscal, a los que la Cataluña über Alles que precocinó maese Pujol y ahora emplatan sus herederos se la bufaba ampliamente. En fin, que me parece un signo de esperanza poder incorporar de nuevo al “Ajo…” a mi dieta lectora, un poco desvitaminada últimamente. Y como han tenido la audacia de autogestionarse (no admiten publicidad) animo a mis hordas de lectores a rascarse el bolsillo y contribuir a que sobreviva uno de los escasísimos reductos de libertad que quedan fuera del mercado. Como dijo Timothy Leary: “Turn on, tune in, drop out!” (traduzco: “¡compra el Ajoblanco, joder, que son solo siete euros!”)

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