miércoles, 23 de septiembre de 2015

“En la orilla”, de Rafael Chirbes (Anagrama, 2013)


            Habida cuenta los panegíricos que han proliferado tras su reciente fallecimiento, habrá quien se plantee adentrarse en la obra de ese tal Chirbes del que todo el mundo habla tan bien. En realidad, leerle es como ir al dentista: una tortura absolutamente necesaria. Si ya en “Crematorio” (Premio de la Crítica 2010) nos arrasaba las caries con un soplete, en esta su última novela (que le ha reportado el Premio Nacional de Narrativa) golpea inmisericordemente nuestras encías hasta hacernos llorar. Frente a tanto fariseo que atribuye a los demás (a los políticos, a la herencia franquista, a la globalización…: las excusas son infinitas) la actual pérdida de valores y la galopante corrupción que nos aflige, el narrador valenciano lo dice bien clarito: la responsabilidad (o la culpa, a elegir) es nuestra, por lo que hemos hecho y por lo que hemos permitido que nos hagan. En el asfixiante territorio de Misent (a su lado, Comala parece Marina d’Or) campan la trapacería y la codicia, la impostura y el engaño, la simulación y la crueldad. Incluyendo al poco empático protagonista Esteban, todos los personajes son un compendio de inmoralidades, y sus lastimeras vidas orbitan en torno a dos escenarios: el real que conforma el pantano (una metáfora nada rebuscada de la turbiedad en la que chapoteamos) y el simbólico de la burbuja inmobiliaria, verdadera peste negra de comienzos de milenio, y que sacó lo peor de una ciudadanía obnubilada por el dinero fácil y el consumismo feroz. En todo caso, es indudable que estamos ante uno de los libros que permanecerá, tanto por la contundencia y valentía de su mensaje como por la excelencia literaria del texto, un verdadero tour de force más propio de las grandes construcciones novelísticas del Boom que de sus pálidas imitaciones españolas. Y aunque ya es un poco tarde para pedírselo, rogaríamos al autor que levante un poco el pie del acelerador: dedicar páginas y páginas a describir minuciosamente los estragos del Alzheimer roza el miserabilismo, el ensañamiento con el lector. Sus muelas lo agradecerán.



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