martes, 15 de septiembre de 2015

“Memorias de un liberal psicodélico”, de Luis Racionero (RBA, 2011)


            Volteretas, fascinantes volteretas. La misma persona que, a principios de los setenta, colabora para fundar la revista underground “Ajoblanco” acabará, treinta años después, dirigiendo la Biblioteca Nacional por petición de Aznar, el presidente menos underground que imaginarse pueda. A ver: ya sé que la noche comienza al mediodía, y que el cambio es consustancial al ser humano, hasta ahí podíamos llegar. Pero la peripecia vital de Luis Racionero (La Seu D’Urgell, 1940) es un buen ejemplo de eso que podría llamarse “intelectualidad líquida”, concepto al que si Bauman no le ha dedicado un libro ya está tardando. Fiel a la máxima de Groucho (“estos son mis principios: si no le gustan, tengo otros”), Racionero fue el primero en España en hablar del taoísmo, para a continuación entrar en política de la mano de Esquerra Republicana, al tiempo en que se convertía en un más que aceptable divulgador de la contracultura (confieso haber leído con agrado “Del paro al ocio” y “Oriente y Occidente”: sus libros de ficción, que son muchos, no me atraen). Con un instinto innegable para saber estar en el sitio adecuado en el momento justo, el autor vive en el Berkeley de la explosión psicodélica; más tarde se trasladará al Ampurdán justo a tiempo para amistarse con Pla y Dalí; en Madrid se aliará con el grupo de periodistas y escritores conocidos como “el sindicato del crimen”; en París dirige el Colegio de España y se pega comilonas con Phillipe Sollers. Todo esto lo cuenta en estas memorias (que, muy significativamente, eluden la infancia: qué freudiano) que le han supuesto ganar el Premio Gaziel, a pesar de que el libro está escrito a brochazos (hay párrafos que parecen apresuradamente dictados). Un paseo, en fin, por la cultura española e internacional de los últimos cuarenta años, y gracias al cual descubrimos que el taoísmo y la venganza no son excluyentes, a juzgar por el repasito que el autor le pega a su ex esposa Elena Ochoa.   



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