No todo es deleznable en las
nuevas tecnologías. Gracias a ellas me puedo permitir un viejo sueño: poner
banda sonora a mis textos. Los lectores de “Los motivos del fuego” podrán
disfrutar de la novela teniendo en la cabeza el soundtrack que aquí se indica. ¡No perdáis el swing!
“Fire”,
Robert Gordon & Link Wray
Qué curioso: las canciones de
Springsteen que más me gustan son aquellas que, en un rapto de generosidad, fue
regalando a amigos y colegas. La más conocida es “Because the night”, que
supuso el hit más comercial de Patti Smith, gracias al cual por unos meses
abandonó las barriadas de la marginalidad para trasladarse a la Milla de Oro.
Pero la que hoy traigo aquí, y que sirve para dar el tono a las primeras
páginas de LMDF, es “Fire”, un vibrante medio tiempo que defendieron con ardor
el cantante Robert Gordon y su guitarrista de entonces, el nativoamericano (de
origen shawnee) Link Wray. Gobernada por un riff
a punto de reventar en todas direcciones, la canción encapsula lo mejor de
Springsteen: inminencia del clímax, pasiones soterradas, guitarras
incandescentes. Se puede escuchar como fondo sonoro en las citas adulterinas de
los protagonistas, pero también en los momentos de hibris (desmesura blasfema) de Arturo, por culpa de los cuales se
va convirtiendo en una bomba de relojería cuyo mecanismo (tic tac, tic tac) se
desboca bajo la inquieta mirada del lector.
“Queen of the rapping
scene” Modern Romance
Cuando alguien me pregunta: ¡Oh,
sapientérrimo Muñoz!, ¿de dónde procede tu inagotable sabiduría, de qué Ateneo,
de qué Enciclopedia?, no puedo evitar reírme antes de contestar. A mediados de
los ochenta, yo era un habitual de las discotecas. Resumiré el cuento: una
noche estaba entregado a la fiebre del baile cuando el DJ seleccionó una
canción desconocida que, en principio, conjugaba algunos de los detalles que
(por lo menos para mí) pueden hacer que un tema pase de ser meramente correcto
a integrarse en mi particular Canon. Un acordeón susurrante surfeaba sobre el
maremágnum sonoro, y el estribillo corría a cargo de una chica que rapeaba en
inglés (mon dieu!) con irresistible acento francés. Pero la epifanía vino
cuando, en mitad del baile, supe traducir el estribillo: “Nothing ever goes the way you plan”. ¡Las cosas nunca suceden como
las planeas!, grité en mitad de la pista de baile, paralizado y sapientísimo, y
solo los codazos y empellones del resto de los danzarines lograron que me
pusiera de nuevo en movimiento. Nothing
ever goes the way you plan, le dice (a su manera) Victoria a Arturo, y también
se lo recuerda Camila, y Jonás, hasta su fiel conciencia (travestida en
narrador guadianesco) se lo suelta a la mínima oportunidad. Pero no puedes
interponerte entre un ser humano y su destino, y el de Arturo es subir hasta lo
más alto e inflamarse, cual nuevo Ícaro, mientras Modern Romance siguen
recitando su mantra una y otra vez.
“Disco Inferno” The Trammps.
Desde New Orleans me escribe John
W. Gilmour, profesor titular del Departamento de Español de la Tulane
University. Está culminando su tesis doctoral (“Masks, Faces and the Lost Chord: New Fiction in Contemporary Spanish
Literature”) y me pide (traduzco) que le diga quién, o qué, es la manada de
financieros que supuestamente tutelan la vida y los avatares de los
protagonistas de LMDF. Querido John, una de las prerrogativas del autor es la
de abstenerse de dar respuestas, de balizar interpretaciones, de sugerir
significados. Admito que pueden ser unos financieros, pero también pueden ser
unas entidades incorpóreas de difícil catalogación, y tampoco hay que
descartar que sean un mero recurso del
novelista para irse por las ramas. Puestos a especular, también podrían ser un
grupo de Funky-Disco, por qué no. Y podrían llamarse (qué sé yo) The Trammps.
¿Pruebas? Mírales aquí interpretando el que fue su mayor éxito, incluido en la
banda sonora de “Saturday Night Fever”. La canción se titula (otra pista más)
“Disco Inferno”. Y juraría (me estoy yendo de la lengua) que el mefistofélico
guitarrista cuadra perfectamente con la descripción que en la novela se hace de
Número 7.
“Devil with a blue
dress on” Mitch Ryder & The Detroit Wheels.
Las últimas páginas de la novela
están atravesadas por la pegajosa sombra de lo ineluctable: se veía venir,
dirán los lectores más perspicaces; se lo merece, cabecearán los más
moralistas; pobre Arturo, se compadecerán los más sensibles. Se dan la vuelta
los naipes, y nuestro protagonista se da cuenta de que no tiene nada, ni una
mísera pareja. La novela termina con el voltaje a tope, ese mismo zumbido
ominoso que desprende una silla eléctrica tras haber sido usada. Esa
intensidad, esa feroz cabalgada de ritmo es la que exhibe el grupo de Mitch
Ryder al versionar este clásico, un verdadero comprimido de rabia y energía
protagonizado por una mujer que parece “El diablo vestido de azul” (¿lo
pillamos?). Atención a las dos frenéticas go-gos subidas a las plataformas: ¿no
se parecen a las chicas que, inducidas por Ray, asedian la virtud de Arturo?
Extra Track: “Shangri
La” The Kinks
Dirigida en 1937 por Frank Capra,
“Horizontes perdidos” consagra el mito de Shangri-La, mítica ciudad utópica
enclavada en lo más recóndito del Himalaya. Desde entonces, la cultura popular
anglosajona identifica ese exótico topónimo con el paraíso en la tierra, con
ese rincón que cada uno de nosotros buscamos para alcanzar la felicidad.
Sesenta y dos años después, Ray Davies (sombreros fuera) compuso la canción que
bien podría servir como sustrato de interpretación de LMDF, y en la que un
innominado protagonista cree haber trepado a su particular nirvana tras
comprarse una casa (¿os suena de algo?). Os traduzco esta pequeña maravilla de costumbrismo
y mala baba:
Por fin has encontrado tu paraíso.
Este es el reino que has buscado.
Puedes salir fuera y limpiar tu coche.
O sentarte junto al fuego en tu Shangri La.
Esta es tu recompensa por trabajar tan duro.
Se acabó aquello de ir al excusado en el
patio trasero.
Se acabaron aquellos días en los que soñabas
con tener un coche.
Solo quieres sentarte en tu Shangri La.
Ponte las pantuflas y siéntate junto al
fuego.
Has alcanzado tu meta, y no puedes ir más
lejos.
Estás en tu casa, y sabes dónde estás
En tu Shangri La.
Siéntate en tu vieja mecedora.
No tienes que preocuparte de nada.
No puedes ir a ninguna parte.
Shangri La.
El hombrecito que va en el tren
Tiene una hipoteca que pende sobre su
cabeza.
Pero está demasiado asustado para quejarse.
Porque ha sido creado así.
Pasa el tiempo y paga sus deudas.
Consigue una televisión y una radio.
Por siete chelines al mes.
Shangri La.
Todas las casas de la calle tienen un
nombre.
Porque todas las casas de la calle parecen
la misma.
Los mismos cacharros de la chimenea, los mismos
cochecitos, los mismos vidrios de las ventanas,
Los vecinos te llaman para contarte cosas
que deberías saber.
Dicen sus frases, toman su té, y luego se
van.
Te cuentan sus negocios en otro Shangri La.
Las facturas del gas y del agua, las letras
del coche.
Demasiado asustados para pensar lo frágil
que es su situación
La vida no es tan feliz en tu pequeño Shangri
La.
(“Los motivos del fuego” es un
egotrip de J.C.Muñoz, publicado por “Relee”. All rights reserved)
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