domingo, 5 de noviembre de 2017

Aquellos años del pasado en los que no había futuro

            Hacía finales de 1977, en inopinada sincronía, una música estridente surgió de los garajes donde ensayaban diversas bandas de Miranda de Ebro, Almendralejo, Cornellá del Vallés, Muskiz, Antequera, Villarcayo, Almazán. Si alguien se hubiera preocupado en averiguar por qué aquellos chavalotes aparentemente tan sanos habían arrinconado sus mandolinas y sus versiones de Simon & Garfunkel para pasarse a rasguñar guitarras eléctricas de segunda mano, la respuesta hubiera estado en el dial de la radio, más concretamente en las escasas emisoras que radiaban una canción áspera y chirriante que había revolucionado las listas de éxitos británicas, y que hablaba (qué barbaridad) de anarquía y del anticristo. Y cuando los amigos de la cuadrilla se pasmaban con la melonada esa de teñirse el pelo de verde (¡ande vas, Manolín, con esas pintas!), o se burlaban de la repentina moda de ponerse imperdibles por toda la ropa (¡como te vea tu madre te la cargas, barbián!), los muchachos sonreían con desdén y se largaban del bar haciendo una peineta, al tiempo en que berreaban que no había futuro.

            En realidad sí que lo hubo, pero eso poco importó a los que, desde que salió “Never Mind the Bollocks – Here’s the Sex Pistols” consideraron que aquellas trece canciones eran el vademécum imprescindible para manejarse en un mundo lleno de paranoia, drogas y banalidad. No estará de más que lo recordemos: por aquel entonces el rock and roll (y la música popular en general) se encontraba en un callejón sin salida, con el rock progresivo y la música disco copando las emisoras, para desesperación de aquellos que apostaban por la energía y la provocación como ingredientes necesarios para cualquier canción que se precie. Bastará con decir que el tema más radiado en la primera mitad del año había sido “Hotel California”, el equivalente sonoro de una sobredosis de melatonina.

            No, no había sofisticadas (a la par que misteriosas) damas ni coches cromados en las canciones de los Pistols. Confusión política, egocentrismo adolescente, consignas de instituto, arrogancia proletaria… Un caos existencial que nos llegó justo (qué casualidad) cuando se celebraban las bodas de plata de Isabel II a la cabeza de la monarquía británica. Para amargarle el festejo, un grupo de cuatro mozalbetes londinenses, ninguno de los cuales tenía más de 22 años, sacaron uno de los álbumes más influyentes de la historia, venerado desde entonces como la última oportunidad que tuvo el rock de reinventarse, antes de que llegaran los monaguillos ecologistas y transversales de U2, the Smiths y REM (qué coñazo, oiga).

            No entraré en la hagiografía laudatoria que tanto abunda estos días de celebraciones: la imagen de un Johnny Rotten (sí, ya sé que desde hace mucho tiempo se hace llamar Johnny Lydon, su nombre real) sesentón y aburguesado me causa bastante repelús, y me niego a caer en la mitificación necrófila de alguien tan descerebrado como Sid Vicious. Lo más sensato es sentarse frente al equipo de música y escuchar, a ser posible con los oídos bien abiertos, aquel disco que (todo hay que decirlo) frecuenté relativamente poco en mi adolescencia, pues lo descubrí al mismo tiempo que el cláshico “London Calling” y el “Armed Forces” de Elvis Costello, ambos infinitamente mejores que el exabrupto amarillo de los pupilos de Malcolm McLaren. Desconecto mi móvil, pongo la música a tope… y tengo que reconocer que el milagro no funciona. Las canciones son toscas, minimalistas, cansinas. El fraseo (por llamarlo de algún modo) del señor Rotten es francamente irritante, y la simpleza sonora me cansa, especialmente cuando, con un punto de melodía más, se puede llegar a maravillas como “Teenage kicks” (Undertones) o “Roadrunner” (Jonathan Richman). Eso sí, reconozco que las letras (cuando abandonan el “fuck this and fuck that”) tienen algo más de relieve, adentrándose en temas como el aborto (“Bodies”) o la incompetencia de la burocracia (“Pretty vacant”). ¿La famosa energía? Pues sí, está ahí, eso no lo niega nadie, los guitarrazos de Steve Jones siguen sonando como una motosierra que intenta cortar por la mitad un radiador oxidado. A lo mejor soy yo el que ya no tiene el cuerpo para estos excesos tan burdos, quién sabe…


            En todo caso, no me gustaría ser injusto: un LP como este sirvió para sacar al rock de su narcisismo sinfónico (¡acordaos de Yes, de Genesis, de todos aquellos universitarios pretenciosos que jamás de los jamases escupieron a su público!) y abrir de nuevo la puerta a la espontaneidad y el descaro. Eso sí, pocas veces en la historia una predicción apocalíptica anduvo tan errada: apenas un año después de que los Pistols anunciaran el advenimiento de la anarquía y el anticristo, Margaret Thatcher se convertía en Primera Ministra del Reino Unido. ¿O quizás sí acertaron?



No hay comentarios:

Publicar un comentario