lunes, 22 de enero de 2018

"Dorados días de sol y noche", de Luis Antonio de Villena (Ed. Pre-Textos)

           



             Casi todos los jueves de 2006 y 2007, tras zamparnos sendos Sushi especiales y ventilarnos un Terras Gauda que quitaba el sentido, Eva y yo acabábamos en “Del Diego”, la deliciosa coctelería escondida a espaldas de la Gran Vía, una diminuta embajada Art Déco entre callejuelas mayormente siniestras. Al segundo Margarita las cosas a nuestro alrededor perdían su filo, se volvían suaves y acariciables, mientras que al tercero se desintegraban, convirtiéndose en hologramas de incierta etiquetación. Pero ni siquiera en los momentos de más acendrada encebolladura alcohólica se disolvió una figura familiar que, alicatado de alhajas como una virgen barroca, peroraba sin pausa al fondo del local, casi siempre apabullando a algún poetastro de provincias que escuchaba con la boca abierta, transido de admiración y vasallaje.

            Muchos años atrás, yo había leído de Luis Antonio de Villena (pues de él se trataba) una biografía de Oscar Wilde y un librito sobre el dandismo, y siempre tenía en cartera hacerme con alguna de sus novelas o de sus diarios (su poesía me interesa menos). Cuando vi su último libro decidí que ya era hora de pagar mi deuda con él, y no me lo pensé, a pesar de mis dudas sobre la cursilería del título: “Dorados días de sol y noche”. Poetas, cabeceé, qué raritos son.


            El libro es un recorrido fragmentario y egocéntrico (¡qué menos si tratamos de un dandi!) que va desde 1970 hasta 1996: básicamente desde que aquel jovenzuelo mimado y culteranista empieza a investirse como sumo sacerdote de su propia religión, algo muy finisecular (ah, quizás me compré el libro para luego poder aplicarle este adjetivo, de tan poca salida comercial). Las anécdotas que en él se cuentan son, básicamente, de dos tipos: o literarias, o bien homoeróticas. No, vamos a ver, rectifico: son literariohomoeróticas, todo junto, como los Juegos Reunidos Geyper. Libros, sortijas, efebos (todos con “piel de jazmín”: sí, esto sí que es cursi, aquí no me quedan dudas), premios literarios, noche y más noche… No hay apenas profundidad de campo, el enorme cambio que experimenta España en esos años no es ni siquiera bocetado, la única Transición que interesa al autor es la suya propia. Y no lo hace mal: hay momentos de intensa dicha lectora, pero que (en mi caso) han sido salvajemente boicoteados por una de las peores prosas que yo haya leído en mi vida. ¿Que si exagero? Como sé que habrá quien no me crea, escogeré unos cuantos ejemplos que, sin duda, harán las delicias de los profesores de talleres literarios (concretamente para la asignatura “Cómo no redactar”). “Jamás nunca supe qué había sido de aquel hombre muy educado” (pág. 89). “Llevé a Jaime a una de las discotecas con morbo de ese tiempo (…) en el lado de la Castellana otro, esto es, el opuesto a Chueca” (pág. 95). “Me di cuenta de que Randy buscaba otra noche de discoteca, pero que se daba cuenta de que no había otro remedio que esperar un poco” (pág. 153). “Yo no tenía aún poemas traducidos al inglés (…), pero los podía conseguir antes de finales de octubre, cuando volaría a Toronto” (pág. 195). “Te esperaba serio, sentado en la baranda, magnificante y radiante” (pág. 210).  “No hablaba contra Castellet o no habitualmente, pero tampoco y nunca a favor” (pág. 387). “En general es persona de mucha discreción general” (pág. 421). ¿Es que un libro que cuesta una pasta (y sacado además por una editorial normalmente muy cuidadosa) no merece una buena corrección de textos? Peor aún: ¿el corrector tenía algún rencor enquistado con el seráfico Luis Antonio y ha aprovechado para hacerle una de Jaimito? En fin, no me quiero poner tiquismiquis: los letraheridos disfrutarán sin duda con algunas de las historias que recoge el libro (especialmente divertida la de José Agustín Goytisolo en la piscina) y con las atinadas reflexiones del autor acerca del paso del tiempo, ese ruido de fondo que va poco a poco ensordeciendo cada una de nuestras palabras hasta condenarnos al silencio más absoluto. En todo caso, los amantes de la construcción de una personalidad literaria (pues a ese subgénero que me acabo de inventar podría adscribirse el libro) apreciarán sin duda mucho más el segundo tomo de la autobiografía de Terenci Moix (“El peso de Peter Pan”), o, en un registro ligeramente distinto, las memorias de Francisco Umbral (“Trilogía de Madrid”). En fin, que todos aquellos que creemos que la España de los ochenta aún no ha sido adecuadamente reflejada en la literatura (como sí lo ha sido en el cine, con Almodóvar) deberemos seguir esperando. 

3 comentarios:

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  2. Mi admirado escribiente, será mejor que dejemos las cosas claras. Nuestra ciudad es bipolar y le gusta hacer ostentación de sus dos caras de la misma moneda(De Madrid al cielo, sí, pero enfrentados). Aquí desde el principio se nos exige posicionarnos entre merengues y colchoneros; dejar bien claro si uno es del Prado o del Reina (en el foro, como todo el mundo sabe, somos mas chulos que un ocho y obviamos el apellido para nombrar a ese templo de la contemporaneidad); o si sus preferencias se decantan por la venerable y amabilísima anciana que nos ha tocado en gracia por Alcaldesa, o si se es fan de esa oxigenada y ubicua Cifuentes que nos gobierna con la eficacia de una pizpireta azafata mostrando a los pasajeros la mejor manera de sobrevivir en caso de despresurización de la cabina (va a parecerle un chiste fácil, pero casi me ahogo escribiendo esta frase). Pues bien, hace ya décadas, que a las espaldas de La Gran Vía otra bomba es agitada, junto a unas gotas de angostura (sea lo que sea eso), en el interior de una coctelera mientras aguarda el mejor momento para explotar. El derby entre el clásico "Cock" y el advenedizo "Del Diego" no por latente es menos real (Pedrerol debería ocuparse de esto). Y si de posicionarse hablamos, me declaro desde ya (quizá tenga que recordarle que antes que yo ya lo hizo el gran Francis Bacon) incondicional del primero. Pues sí, ya ve usted, esta lectora suya forma parte de "esa tribu de chaqueteros de pana renegados de su progresía y perroflautas venidos a más con ínfulas artísticas", tal y como nos ven desde su atalaya bien posicionada en Del Diego. Y usted desde ahora no dejará de ser para mí "uno de esos cursis arribistas, con pretensiones de nobleza intelectualoide, cuya verborrea vanal se desparrama a la luz de unas lámparas pretendidamente art decó". Me temo que cuando usted, meñique en ristre, chocaba su cantarina copa de cristal de la granja (le advierto que por ahí vamos mal, qué tipo de escritor bebe margaritas?!)y desesperanzaba el comienzo de siglo contemplando los estilismos wildeianos del ínclito Luis Antonio de Villena, yo en el "Cock" cebaba mi más que bien alimentado hedonismo, asida a un gintonic en vaso de tubo, mientras me dejaba mecer por las perfectas coreografías noctivagas del (éste sí que es un verdadero dandi y no el suyo) atormentado Ray Loriga. Avant garde versus ripios requetés de boina roja, sospecho que aquí uno de los dos ha ocupado mejor su tiempo que el otro y no seré yo quien se atreva a ponerle nombre.

    Ya lo he vuelto a hacer, me he perdido en menudencias y apenas he dejado tiempo para lo que nos ocupa, pero aún así me sobran unas líneas para recordarle un par de cuestiones. La primera de ellas es que describir un volumen de memorias como "un recorrido fragmentario y egocéntrio" es cuando menos una redundancia (la peregrina idea de asociarlo al dandismo daría para otra discusión). La segunda, que debería usted cuidar mejor al personaje que ha creado como actor principal de este blog (caramba, que aquí hay lectores que, sorprendentemente, sabemos leer!) Él jamas se habría aventurado en el universo De Villena a traves de un panfleto con ese título (puagh!) Apostaria algo a que el escribiente, a cuya personalidad voy aproximándome, habría escogido para hacerlo el volumen dedicado a los Panero (Qué le gusta a nuestro querido protagonista un mito!) De cuyo título "dulces bordes del abismo" también imagino a la saga carcajeándose (por una vez puestos de acuerdo, Felicidad Blanc a la cabeza)allí donde se encuentren. Eso sí, sea celestial o infernal, le puedo asegurar que estarán bebiendo absenta.

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  3. Querida Diletante: muchas son las cuestiones que me plantea su texto. En primer lugar, admito sin disimulo ser un snob. Y de primera. Nadie odia más que yo la autenticidad (no sé por qué, pero es un concepto tan... vallecano). Por lo tanto, entre el Cock y el Del Diego, para mí no hay discusión posible. Los arribistas somos así. Eso sí, algún día contaré una anécdota (tan divertida como triste) de la que fui testigo en el Cock. Ah! Y me intriga su furibunda oposición a los Margaritas. ¿Qué se supone que debemos beber los aspirantes a escritor que, secretamente, nos preocupamos por nuestro colesterol? Y, para acabar, mi relación con los Panero es titubeante. He leído un par de plaquettes de Leopoldo María, y no he pillado una mierda. Me fascinó (y horrorizó) "El desencanto". Pero quizás el momento de mayor comunión con la saga me haya venido con la escucha de "El hombre que casi conoció a Michi Panero", de Nacho Vegas. Una canción extraña para un mito no menos extraño.
    Y aquí lo dejamos por hoy.
    Como siempre a sus pies.
    El Mesías Eléctrico.

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