¿Existencialismo? ¿Estructuralismo?
¿Pensamiento débil? Nada de eso: el último gran movimiento filosófico que
surgió en Europa fue el Ye-yé, y desde su desaparición vamos claramente en
declive, no creo que sea necesario que os ponga ejemplos. Los prodigios del
Beat inglés se tradujeron en Francia y en Italia por medio de arrolladoras
canciones de poco más de dos minutos, gracias a miríadas de vocalistas felinas
y minifalderas a las que sus nietas, muchos años después, acusarían de frívolas
y poco empoderadas. En España, por entonces pinchaba DJ Paco (factótum del
llamado “El Pardo Sound”), y a su sombra surgieron montones de grupos con chica
al frente, normalmente mucho más desinhibidas que sus hieráticos colegas
masculinos. María Concepción Gutiérrez Cobo (sic) nació en Venezuela de padres
españoles, y al regresar a la Madre Patria estuvo trasteando por el ambiente
musical hasta ser descubierta por Marini Callejo, la productora que había
puesto en órbita a Los Brincos. Sensatamente rebautizada como Shelly, se
agenció a La Nueva Generación como banda de apoyo, y aunque apenas sacaron tres
singles han dejado una huella luminosa en la historia de nuestro pop gracias a “Vestido
azul”. A pesar de que es una adaptación de una festivalera canción brasileña,
Shelly y sus chicos obvian el lánguido tono del original y se lo llevan a
territorio soul: órgano chirriante, bajo vacilón, guitarra incendiaria. Y, para
rematar, la incandescente voz de Shelly (¡atentos al glorioso final, cuando se nos
viene arriba!), gracias a la cual sus directos aún son recordados. Un efímero
hit que hoy recordamos, justo cuando se cumplen cuarenta años de su edición. ¡Groove,
baby!
Sorry, gran error: "Vestido azul" se publicó hace cincuenta años, no cuarenta. ¡Sigamos bailando!
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