lunes, 5 de febrero de 2018

"La vaga ambición", de Antonio Ortuño (Páginas de Espuma)


Debo a la amable recomendación de Almudena Ballester (¡gracias, Almu!) el descubrimiento de “La vaga ambición”, el libro con el que el mexicano Antonio Ortuño ha ganado el cada vez más prestigioso premio Ribera de Duero. Sus seis cuentos permiten volver a disfrutar de ese cóctel embriagador que, en su fugaz tránsito, nos regaló Roberto Bolaño: letraheridos con los que el éxito se permite jugar al gato y al ratón, humor sarcástico, ciertas dosis de autoficción, conocimiento enciclopédico de la historia de la literatura, planteamientos imaginativos sin renunciar a los zarpazos de la realidad… Con la excepción de “Provocación repugnante” (ambientado en la Rusia soviética, y construido alrededor de un imaginario encuentro entre Walter Benjamin y Mijail Bulgakov), el resto de los cuentos de “La vaga ambición” están protagonizados por Arturo Murray (un evidente trasunto de Ortuño): un escritor sin jerarquía que tiene que aceptar todo tipo de ofertas laborales para poder subsistir. “Quinta Temporada” (a mi juicio, el mejor y más bolañesco del lote) es una pequeña obra maestra de diseño de personajes y mala baba, basada en la vida de los guionistas de “Juego de tronos” y series similares. En todo caso, si algo se puede reprochar al libro es su extrema brevedad: apenas llega a las cien páginas con una letra a prueba de dioptrías. Pero, para ser justos, esta parece ser una tendencia que habrá que analizar. La anterior ganadora del Ribera del Duero, Samanta Schweblin, sobrepasaba en muy poco las cien páginas con “Siete casas vacías”, mientras que Alejandro Morellón  se alzaba con el IV Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez con “El estado natural de las cosas”, un volumen aún más escuálido. No seré yo quien juzgue un libro por su grosor, pero me preocupa que una modalidad literaria que ha tenido que luchar contra tantos prejuicios aumente ahora su lista de detractores al decantarse por editar plaquettes cual poetas de inspiración estreñida. En fin, que quizás sean cosas mías (siempre son cosas mías), pero al leer libros tan escurridos tengo la sensación de estar escuchando un single (un EP como mucho), mientras que para probar que eres digno de encabezar las listas de hits hay que atreverse con un LP. Perdonad mi terminología tan ochentera, pero con MP3 no me sale el mismo símil.     

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