Debo
a la amable recomendación de Almudena Ballester (¡gracias, Almu!) el
descubrimiento de “La vaga ambición”, el libro con el que el mexicano Antonio Ortuño ha ganado el cada vez más prestigioso premio Ribera de Duero. Sus seis
cuentos permiten volver a disfrutar de ese cóctel embriagador que, en su fugaz
tránsito, nos regaló Roberto Bolaño: letraheridos con los que el éxito se
permite jugar al gato y al ratón, humor sarcástico, ciertas dosis de
autoficción, conocimiento enciclopédico de la historia de la literatura, planteamientos
imaginativos sin renunciar a los zarpazos de la realidad… Con la excepción de
“Provocación repugnante” (ambientado en la Rusia soviética, y construido
alrededor de un imaginario encuentro entre Walter Benjamin y Mijail Bulgakov),
el resto de los cuentos de “La vaga ambición” están protagonizados por Arturo
Murray (un evidente trasunto de Ortuño): un escritor sin jerarquía que tiene
que aceptar todo tipo de ofertas laborales para poder subsistir. “Quinta
Temporada” (a mi juicio, el mejor y más bolañesco del lote) es una pequeña obra
maestra de diseño de personajes y mala baba, basada en la vida de los
guionistas de “Juego de tronos” y series similares. En todo caso, si algo se
puede reprochar al libro es su extrema brevedad: apenas llega a las cien
páginas con una letra a prueba de dioptrías. Pero, para ser justos, esta parece
ser una tendencia que habrá que analizar. La anterior ganadora del Ribera del
Duero, Samanta Schweblin, sobrepasaba en muy poco las cien páginas con “Siete
casas vacías”, mientras que Alejandro Morellón
se alzaba con el IV Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García
Márquez con “El estado natural de las cosas”, un volumen aún más escuálido. No
seré yo quien juzgue un libro por su grosor, pero me preocupa que una modalidad
literaria que ha tenido que luchar contra tantos prejuicios aumente ahora su
lista de detractores al decantarse por editar plaquettes cual poetas de inspiración estreñida. En fin, que quizás
sean cosas mías (siempre son cosas mías), pero al leer libros tan escurridos
tengo la sensación de estar escuchando un single (un EP como mucho), mientras
que para probar que eres digno de encabezar las listas de hits hay que
atreverse con un LP. Perdonad mi terminología tan ochentera, pero con MP3 no me
sale el mismo símil.
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