Yo,
para esto (como para muchas otras cosas) soy muy simple: una ciudad literaria
es una ciudad cuyos ciudadanos leen libros. Lo demás son chorradas. Pero
admitiré que Alcalá (con la que puedo ser muy poco objetivo: nací aquí) tiene ciertas
ventajas a la hora de atribuirse tal denominación. No voy a entrar (por obvio)
en el detalle de que aquí nacieron Cervantes y Manuel Azaña. Sin embargo, las
ciudades literarias no solo lo son gracias al ingenio de sus hijos. También
aceptan la dádiva de aquellos escritores que pasaron por ellas y dejaron buena
cuenta de sus impresiones. Las calles alcalaínas están llenas de placas que nos
recuerdan (en frases de mayor o menor calidad) que por aquí desfilaron Unamuno,
Cela, Quevedo, Moratín y otros muchos, atraídos por el fulgor de su universidad
o enamorados de su decadencia. Los cronistas complutenses han dejado cumplido
recuento de las idas y venidas de todas estas plumas ilustres, y tanto locales
como turistas pueden (si no tienen nada mejor que hacer) imaginarse las
correrías de todos esos escritores ilustres por la Calle Mayor o por la Plaza
de los Santos Niños, disfrutando del cálido verano mesetario o pegando la nariz
ante el escaparate de una pastelería en la que destacaban nuestras rosquillas.
AM, en el aereopuerto (¿de Alcalá?) |
Pero
(y no sé muy bien porqué) me resulta extraño que, a pesar de su minuciosidad,
del centón de visitantes se han obviado algunas presencias estelares. Por
ejemplo, nunca entenderé que no haya una placa que conmemore el tiempo que pasó
en nuestra ciudad André Malraux,
donde estuvo ayudando a crear una fuerza de aviación al servicio de la
República. El que posteriormente sería Ministro de Cultura de De Gaulle (de
hecho, fue el inventor del por entonces novedoso concepto de Ministerio de
Cultura) retrató su paso por España en su gran novela “La esperanza”, y dejó un
par de frases inolvidables que bien podría decorar cualquiera de las fachadas
de la Plaza de Cervantes: “(…) La Plaza
de Alcalá de Henares estaba adormecida con sus monumentos y sus minúsculas
tabernas donde se vendían caracoles, casi escondidas por las columnas (…)”. Un
poco más abajo continúa: “(…) Y toda la
pequeña ciudad, con sus perspectivas de pilares, sus jardines de cura, sus
iglesias con campanarios puntiagudos, sus palacios con grandes ornamentos, sus
murallas y sus balcones con rejas, toda esa Castilla de comedia española,
descantillada por las bombas de los aviones, solo dormía con un ojo abierto, al
acecho de los ruidos amenazadores de la guerra (…)”. Dos hermosas
descripciones debidas a uno de los grandes escritores franceses del siglo XX, y
al que solo su activismo político gaullista le priva de codearse con Camus y
Sartre en la cima del Panteón literario galo.
Pero
no fue Malraux el único francés que utilizó a Alcalá como escenario de sus
novelas. Ignoro si el joven Victor Hugo
pasó por Alcalá cuando recorrió España con su padre, el general napoleónico
Joseph Leopold Sigisbert Hugo. Pero en su monumental “Los miserables”, en uno
de esos excursos que tanto abundan en la obra, informa al lector: “(…) Todo el que ha hojeado algunos libros
antiguos sabe que Martín Vargas fundó en 1425 una congregación de bernardas
benedictinas, que tenían por capital de la orden a Salamanca, y por sucursal a
Alcalá (…)”. La plaza de las Bernardas, uno de mis rincones favoritos de la
ciudad, albergaría con orgullo una placa en la que se mostrara que, siquiera
por unas horas, nuestra ciudad estuvo en la cabeza de uno de los grandes
creadores de la novela decimonónica.
Siempre
me ha sorprendido que no haya una placa en la fachada del Círculo de
Contribuyentes que recuerde que allí transcurre una de las escenas claves de “El
Jarama”, el libro con el que Rafael
Sánchez Ferlosio cambió la narrativa española de postguerra. No tengo a
mano mi ejemplar, que habré prestado a alguien (dalo por perdido, chaval), pero
creo recordar que el Juez estaba en el Círculo, en un baile, cuando recibía la
noticia del ahogamiento de uno de los jóvenes protagonistas de la novela. No
creo que, dado su abrupto carácter, el autor acceda a venir a Alcalá a cortar la
cinta de inauguración y soltar un discurso, pero sería todo un honor para
nuestra ciudad dejar constancia de que el Sabio de la Tribu (como, y con razón,
llaman a Ferlosio) nos eligió para su obra maestra.
En
el ámbito anglosajón (y a la espera de descubrir si el fogoso Hemingway visitó
alguna vez nuestra ciudad en sus correrías por España), solo tengo una mención
de un escritor de lengua inglesa que haya recreado su paso por Alcalá. Pero no
es un escritor cualquiera, y su relación dista de ser anecdótica: el poeta Derek Walcott (Premio Nobel de
Literatura del año 1992) fue designado Doctor Honoris Causa por la Facultad de Filosofía
y Letras de la Universidad de Alcalá en 1994, y a raíz de aquel nombramiento
tejió una relación afectiva con nuestra ciudad, donde se dejó deslumbrar por el
espectáculo de las cigüeñas, a las que incluyó en varios de sus poemas. En el
titulado “Spanish Series” (incluido en su libro “Garcetas Blancas”, de 2010),
el poeta antillano dice: “(…) Two storks
on the bell tower in Alcalá / The boring suffering of love that tires (…)” (“Dos
cigüeñas en aquel campanario de Alcalá / El tedioso sufrimiento del amor
fatigoso” Trad: Luis Ingelmo). El Campanario de Santa María, en plena Plaza
Cervantes, podría acoger una placa que recordara la visita de Walcott, uno de
los grandes poetas en inglés que siguen en activo.
Al fondo, con bigotón: mi padre |
Para
muchos (entre los que me incluyo) Alejo
Carpentier es el gran tapado del Boom de la literatura Latinoamericana, que
revolucionó de una forma radical la forma de escribir en español (“El siglo de
las luces” está a la altura de “Cien años de soledad” o de “Conversación en la
Catedral”). Menos conocido que García Márquez o Vargas Llosa, su prosa barroca le
sirvió para conquistar el segundo de los Premios Cervantes, allá por 1977. Sin
embargo, diecinueve años antes había decidido ambientar en nuestra ciudad uno
de sus relatos, el titulado “El Camino de Santiago”. Es difícil (habida cuenta
su querencia por la frase alambicada y sinuosa) seleccionar un párrafo de los
que hablan de Alcalá que sea más o menos breve, pero en la página 108 (de la
edición de Alianza) nos dice: “(…) Una
casa solariega, desde cuyo zaguán divisábase (…) la fachada de la Imperial
Universidad de San Ildefonso, cuya vida estudiantil contaba el atambor con
detalles, sucedidos y ocurrencias, que cada día tomaban mayores vuelos (…)”.
Supongo que cualquiera de las casas que encaran la fachada plateresca de Gil de
Siloé estaría orgullosa de lucir una placa con tan curvilínea prosa, recuerdo
del atractivo que, para escritores de todo el mundo, ha irradiado nuestra
universidad.
Y
dejo para el final la más personal de mis recomendaciones. Entre otras razones,
porque puedo (aunque sea de forma tangencial) incluirme en ella. El 14 de julio
de 2004, el abajo firmante, con otros miles de feligreses (ups, quise decir “admiradores”),
nos dirigimos a la Huerta del Palacio Arzobispal para disfrutar con el que,
doce años después, sería Premio Nobel de Literatura. No, desgraciadamente Bob Dylan no hizo mención alguna a
ninguno de los monumentos complutenses, ni a la calidez de sus gentes, ni a las
exquisiteces de su gastronomía (ya sabemos lo muy huraño que es), pero tampoco
estaría mal que una placa conmemorara el paso del Gran Juglar por nuestra ciudad.
Y si nadie se decide sobre qué frase de sus canciones elegir, yo me atrevo a
proponer los siguientes versos (traídos por los pelos de “Boots of Spanish
leather”, la canción con la mención más clara a España): “(…) If I had the stars
from the darkest night / And the diamonds from the deepest ocean
/ I'd forsake them all for your sweet kiss / For that's all I'm wishin'
to be ownin’ (…)”. Mucho me temo que el agrio cantante
norteamericano no vendrá a la inauguración de su placa, pero el recinto que una
vez viera nacer al Emperador Fernando I de Habsburgo o a Catalina de Aragón
contará con una nueva celebridad de la que presumir, demostrando con ello (si
falta hiciera) que Alcalá es sinónimo de literatura en los cuatro rincones del
mundo.
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