lunes, 23 de enero de 2017

Alcalá de Henares, la ciudad literaria

Yo, para esto (como para muchas otras cosas) soy muy simple: una ciudad literaria es una ciudad cuyos ciudadanos leen libros. Lo demás son chorradas. Pero admitiré que Alcalá (con la que puedo ser muy poco objetivo: nací aquí) tiene ciertas ventajas a la hora de atribuirse tal denominación. No voy a entrar (por obvio) en el detalle de que aquí nacieron Cervantes y Manuel Azaña. Sin embargo, las ciudades literarias no solo lo son gracias al ingenio de sus hijos. También aceptan la dádiva de aquellos escritores que pasaron por ellas y dejaron buena cuenta de sus impresiones. Las calles alcalaínas están llenas de placas que nos recuerdan (en frases de mayor o menor calidad) que por aquí desfilaron Unamuno, Cela, Quevedo, Moratín y otros muchos, atraídos por el fulgor de su universidad o enamorados de su decadencia. Los cronistas complutenses han dejado cumplido recuento de las idas y venidas de todas estas plumas ilustres, y tanto locales como turistas pueden (si no tienen nada mejor que hacer) imaginarse las correrías de todos esos escritores ilustres por la Calle Mayor o por la Plaza de los Santos Niños, disfrutando del cálido verano mesetario o pegando la nariz ante el escaparate de una pastelería en la que destacaban nuestras rosquillas.

AM, en el aereopuerto (¿de Alcalá?)
Pero (y no sé muy bien porqué) me resulta extraño que, a pesar de su minuciosidad, del centón de visitantes se han obviado algunas presencias estelares. Por ejemplo, nunca entenderé que no haya una placa que conmemore el tiempo que pasó en nuestra ciudad André Malraux, donde estuvo ayudando a crear una fuerza de aviación al servicio de la República. El que posteriormente sería Ministro de Cultura de De Gaulle (de hecho, fue el inventor del por entonces novedoso concepto de Ministerio de Cultura) retrató su paso por España en su gran novela “La esperanza”, y dejó un par de frases inolvidables que bien podría decorar cualquiera de las fachadas de la Plaza de Cervantes: “(…) La Plaza de Alcalá de Henares estaba adormecida con sus monumentos y sus minúsculas tabernas donde se vendían caracoles, casi escondidas por las columnas (…)”. Un poco más abajo continúa: “(…) Y toda la pequeña ciudad, con sus perspectivas de pilares, sus jardines de cura, sus iglesias con campanarios puntiagudos, sus palacios con grandes ornamentos, sus murallas y sus balcones con rejas, toda esa Castilla de comedia española, descantillada por las bombas de los aviones, solo dormía con un ojo abierto, al acecho de los ruidos amenazadores de la guerra (…)”. Dos hermosas descripciones debidas a uno de los grandes escritores franceses del siglo XX, y al que solo su activismo político gaullista le priva de codearse con Camus y Sartre en la cima del Panteón literario galo.

Pero no fue Malraux el único francés que utilizó a Alcalá como escenario de sus novelas. Ignoro si el joven Victor Hugo pasó por Alcalá cuando recorrió España con su padre, el general napoleónico Joseph Leopold Sigisbert Hugo. Pero en su monumental “Los miserables”, en uno de esos excursos que tanto abundan en la obra, informa al lector: “(…) Todo el que ha hojeado algunos libros antiguos sabe que Martín Vargas fundó en 1425 una congregación de bernardas benedictinas, que tenían por capital de la orden a Salamanca, y por sucursal a Alcalá (…)”. La plaza de las Bernardas, uno de mis rincones favoritos de la ciudad, albergaría con orgullo una placa en la que se mostrara que, siquiera por unas horas, nuestra ciudad estuvo en la cabeza de uno de los grandes creadores de la novela decimonónica.

Siempre me ha sorprendido que no haya una placa en la fachada del Círculo de Contribuyentes que recuerde que allí transcurre una de las escenas claves de “El Jarama”, el libro con el que Rafael Sánchez Ferlosio cambió la narrativa española de postguerra. No tengo a mano mi ejemplar, que habré prestado a alguien (dalo por perdido, chaval), pero creo recordar que el Juez estaba en el Círculo, en un baile, cuando recibía la noticia del ahogamiento de uno de los jóvenes protagonistas de la novela. No creo que, dado su abrupto carácter, el autor acceda a venir a Alcalá a cortar la cinta de inauguración y soltar un discurso, pero sería todo un honor para nuestra ciudad dejar constancia de que el Sabio de la Tribu (como, y con razón, llaman a Ferlosio) nos eligió para su obra maestra.

En el ámbito anglosajón (y a la espera de descubrir si el fogoso Hemingway visitó alguna vez nuestra ciudad en sus correrías por España), solo tengo una mención de un escritor de lengua inglesa que haya recreado su paso por Alcalá. Pero no es un escritor cualquiera, y su relación dista de ser anecdótica: el poeta Derek Walcott (Premio Nobel de Literatura del año 1992) fue designado Doctor Honoris Causa por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Alcalá en 1994, y a raíz de aquel nombramiento tejió una relación afectiva con nuestra ciudad, donde se dejó deslumbrar por el espectáculo de las cigüeñas, a las que incluyó en varios de sus poemas. En el titulado “Spanish Series” (incluido en su libro “Garcetas Blancas”, de 2010), el poeta antillano dice: “(…) Two storks on the bell tower in Alcalá / The boring suffering of love that tires (…)” (“Dos cigüeñas en aquel campanario de Alcalá / El tedioso sufrimiento del amor fatigoso” Trad: Luis Ingelmo). El Campanario de Santa María, en plena Plaza Cervantes, podría acoger una placa que recordara la visita de Walcott, uno de los grandes poetas en inglés que siguen en activo.

Al fondo, con bigotón: mi padre
Para muchos (entre los que me incluyo) Alejo Carpentier es el gran tapado del Boom de la literatura Latinoamericana, que revolucionó de una forma radical la forma de escribir en español (“El siglo de las luces” está a la altura de “Cien años de soledad” o de “Conversación en la Catedral”). Menos conocido que García Márquez o Vargas Llosa, su prosa barroca le sirvió para conquistar el segundo de los Premios Cervantes, allá por 1977. Sin embargo, diecinueve años antes había decidido ambientar en nuestra ciudad uno de sus relatos, el titulado “El Camino de Santiago”. Es difícil (habida cuenta su querencia por la frase alambicada y sinuosa) seleccionar un párrafo de los que hablan de Alcalá que sea más o menos breve, pero en la página 108 (de la edición de Alianza) nos dice: “(…) Una casa solariega, desde cuyo zaguán divisábase (…) la fachada de la Imperial Universidad de San Ildefonso, cuya vida estudiantil contaba el atambor con detalles, sucedidos y ocurrencias, que cada día tomaban mayores vuelos (…)”. Supongo que cualquiera de las casas que encaran la fachada plateresca de Gil de Siloé estaría orgullosa de lucir una placa con tan curvilínea prosa, recuerdo del atractivo que, para escritores de todo el mundo, ha irradiado nuestra universidad.


Y dejo para el final la más personal de mis recomendaciones. Entre otras razones, porque puedo (aunque sea de forma tangencial) incluirme en ella. El 14 de julio de 2004, el abajo firmante, con otros miles de feligreses (ups, quise decir “admiradores”), nos dirigimos a la Huerta del Palacio Arzobispal para disfrutar con el que, doce años después, sería Premio Nobel de Literatura. No, desgraciadamente Bob Dylan no hizo mención alguna a ninguno de los monumentos complutenses, ni a la calidez de sus gentes, ni a las exquisiteces de su gastronomía (ya sabemos lo muy huraño que es), pero tampoco estaría mal que una placa conmemorara el paso del Gran Juglar por nuestra ciudad. Y si nadie se decide sobre qué frase de sus canciones elegir, yo me atrevo a proponer los siguientes versos (traídos por los pelos de “Boots of Spanish leather”, la canción con la mención más clara a España): “(…) If I had the stars from the darkest night / And the diamonds from the deepest ocean / I'd forsake them all for your sweet kiss / For that's all I'm wishin' to be ownin’ (…)”. Mucho me temo que el agrio cantante norteamericano no vendrá a la inauguración de su placa, pero el recinto que una vez viera nacer al Emperador Fernando I de Habsburgo o a Catalina de Aragón contará con una nueva celebridad de la que presumir, demostrando con ello (si falta hiciera) que Alcalá es sinónimo de literatura en los cuatro rincones del mundo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario