- Muñoz, Cebrián
no ha venido. Tendrás que salir. No te pongas nervioso y ayuda a
Lozano.
Era el último
partido de la temporada, el más importante, el partido del siglo de haber
habido periodistas, el duelo en la cumbre, los dos aspirantes al título frente
a frente, el Campeonato Escolar no podría haber escogido mejor broche para
finalizar, cuando el Padre Máximo se decidió a darme una oportunidad,
Pasionistas Fútbol Club contra Asociación Deportiva de la Universidad Laboral.
Hasta aquel momento yo no había jugado más que lo que luego supe que se llaman
los minutos de la basura: un cuartito de hora cuando el partido ya estaba
decidido, Padre, que Muñoz entre por mí, que estoy reventado, unos minutos al
final para perder tiempo, no corras, sal despacio y en cuanto te toquen te
tiras al suelo y de ahí no te mueves, me van a sacar tarjeta, qué más da, tú di
que te duele y hasta que yo llegue con el linimento. Ni siquiera pude salir
aunque sólo fuera medio tiempo el día en que vino a verme mi padre, y eso que
estuvieron de lo más amable con él, qué tal lo hace el chico, bien, señor
Muñoz, es el mejor en Literatura, y en Historia me han dicho que hizo un
trabajo buenísimo sobre, no, yo decía que qué tal va con esto del fútbol, ¿el
fútbol?, muy disciplinado, ha aprendido mucho, pone mucho pundonor, quizá
podría salir el chaval ahora que ya van cinco uno, no, pero es que, usted ya
sabe, ahí se quedó todo, el viejo cuento de la piel del oso que no había que
vender, sólo diez minutos y porque se lesionó Marcos, no se crea, normalmente
su hijo juega mucho más, pero más vale amarrar el resultado, no vaya a ser que,
y a la vuelta mi padre me llevó a una heladería, estuvo de lo más cariñoso, ya
verás, la próxima vez seguro que, hasta me puso la mano en el hombro, ¿otro
sorbete? ¿más crema?, yo no podía más, pedí vainilla y apenas la toqué. Pero
peor fue que luego en casa mintió, y durante la comida dijo a mi madre que yo
había estado fenomenal, que goles no, que no había metido ninguno, pero papá si
yo casi no, eso es porque te hacen jugar muy retrasado, como media punta de
contención, si la jarra de agua es la portería contraria y los tenedores son
los defensores, y se suponía que yo era la servilleta, un poco al estilo de, me
recordaba a cuando yo jugaba de chico en el Seminario, como si dijéramos Netzer
pero más escorado, qué más da si tú no le conoces, y mi madre asentía con
blandura, sin entender los términos técnicos, pero dándose sin duda cuenta de
que yo estaba colorado como un tomate.
Nada más llegar a
los vestuarios al primero que se lo dije fue a Lozano, el que más goles metía y
la estrella del equipo, otro gallo te cantaría si en vez de tanto fútbol
estudiaras aunque sólo fuera, el Padre Joaquín le tenía ojeriza precisamente
por eso, y a mí qué más me da repetir o no repetir, ya sé que voy a acabar de
recadero en la tienda de mi padre, y el Padre Joaquín no me repliques, a ver si
te voy a volver la cara de un guantazo, y Lozano se callaba, un poco respondón
sí que era, pero sin pasarse. Un tío majo, Lozano, bien chaval, intenta entrar
por la derecha y no me estorbes en el área. Decían que ya tenía novia, una
chica con la que tonteaba en la parada del autobús y que vino con unas amigas a
vernos jugar el día que ganamos de paliza a los de Santo Tomás, Lozano tres
goles. Se sentaron en el banquillo, a mi lado, pero no me dirigieron la
palabra, sólo al principio, y tú ¿por qué no juegas?, no entendieron lo de las
razones tácticas, seguro que eres más manta que yo qué sé, más risas, se
pasaron todo el partido diciendo tonterías y vacilando con el Padre Máximo, que
hizo el truco de poner los ojos en blanco, ¿os sabéis el chiste del loro y el
elefante?, y ellas no, Padre, y preguntando si podían fumar, pero si sois unas crías,
y usted ¿por qué no lleva sotana?, y al final una de ellas contó el de la
piragua, que era un poco verde, una rubia que se creía la más guapa del
universo, pero al Padre Máximo no le importó, qué bueno, venga, dadme un
Ducados, y descubrí que tenía una muela de oro, nunca hasta entonces le había
visto reírse tanto, y ése de las dos azafatas, no, Padre, cuente, pues iban dos
azafatas cuando, que hemos ganado, nada más despegar una dice, vamos a los
vestuarios, esperadme allí que ahora mismo voy, qué simpático es, y entonces
los pasajeros.
Antes del partido
todo el mundo me palmeó la espalda, ánimo, venga, ya era hora que jugaras un
partido completo, y hasta Andrade, que era el más malaje, que confiaban en mí y
que no me preocupara, que seguro que lo iba a hacer bien, con sus botas tan
carísimas que le había traído su primo de Londres. Claro que sí, no os puedo
fallar y más en este momento tan crucial, pero enseguida me arrepentí de
utilizar palabras como 'crucial', porque Villar y Postigo se pusieron a reír,
si tenemos que depender de los goles de Pitagorín pues lo llevamos claro,
seguro que no habían entendido lo que yo quería decir, y bastante fama de
empollón me había echado ya como para venir con palabras como 'crucial', y
menos mal que en ese momento Lozano se puso a dar golpes a la pared y a gritar
nos vamos a comer a esos muertos de hambre, y todos rugieron como locos, y yo
también, y les vamos a dar hostias hasta en el carné de identidad, y Postigo
les vamos a matar, les vamos a matar, repetí, sin atreverme con lo de las
hostias y el carné de identidad, bien dicho chaval, Andrade ya no era tan
malaje, éramos compañeros, buena gente Andrade, si pegaba a los pequeños era
porque se lo merecían, no nos dejaban jugar y no hacían más que molestar, en el
fondo un pedazo de pan, como Garrone en 'Corazón', menos cursi, eso sí, nos los
comemos.
Salimos en fila
india del vestuario, y un murmullo impalpable subió de tono, como la tele
cuando se acababa la programación, bravo, venga campeones, los dos hermanos de
Aparicio, que no se perdían ni un partido, los aplausos cansinos de algunos
padres, los gritos un poco payasos de los de quinto, y en la banda de enfrente
quince o veinte chicos con una pancarta de la Universidad Laboral, el público,
pensé, la grada enfervorizada, el jugador número doce, los periódicos aquí se
ponen muy épicos, la entregada parroquia, y Postigo santiguándose, posando en
aguerrido defensa central al que la previsible dureza de la pelea no arredra, y
Lozano haciendo malabarismos con el balón, Villar que no te mira nadie,
Aparicio que no están tus amiguitas, le daba igual, lo hacía siempre, venga
Muñoz, que nos los comemos, un tío majo, Lozano, y el equipo contrario,
impaciente, bullidor, se persignaban menos, no en vano eran un colegio sin
curas, hay mucho hijo de obrero, Andrade despectivo, mira que birria de
camisetas, y la mitad con zapatillas en vez de botas, ¿ves esos dorsales?, sí,
los veía, parecen recortados en cartulina, Andrade se ponía furioso, mucho
rojo, eso es lo que hay, y yo no sabía qué decir, conociéndome probablemente le
dije que sí, que tenía razón, Andrade era mi camarada, a todos estos greñudos
los ponía mi padre más tiesos que una vela, yo había visto varias veces al
Comandante Andrade, siempre de uniforme, los curas le adoraban, pero qué
sorpresa, mi Comandante, dichosos los ojos, la cicatriz de la cara en Brunete y
la pierna en el Ebro, aprended de ese hombre, un héroe.
Salió el árbitro, orondo y despreocupado, y
Postigo está gordo, y Rodri la ballena negra, y Andrade tiene pinta de ser más
comunista que yo qué sé, al final no se te olvide darle la mano, me recordé, y
si te pita falta, no, colegiado, he ido a por el balón, o bien ha sido carga
legal, colegiado, nunca hijoputa, nunca tus muertos, y Lozano, tú ponte ahí,
esto empieza, me susurré, los cordones bien atados, en el nombre del Padre y
del Hijo, una mirada involuntaria al Padre Máximo en busca de apoyo, sus ojos
aún más pequeños tras aquellas gafas anodinas, levantó el puño, con el pulgar
hacia arriba, tan implorante debió de ser mi actitud, el balón para adelante y
sin miedo, le oí gritarnos tras el pitido inicial, se agitaron algunas
banderas, se corearon algunos estribillos sin gracia, alguien hizo sonar una
bocina.
Claro que no
siempre el Padre Máximo había estado tan amigable conmigo, que a qué venía
dejar el ajedrez para pasarme al fútbol, un deporte que podía ser violento para
mí, y menos mal que el Padre enfermero me lo había escrito muy claro, necesita
ejercicio, menos estudio y más aire libre, y el Padre Máximo mejor el
baloncesto, menos contacto, que qué me parecía, y yo que no, que quería fútbol,
pero si en clase dijistes que es un deporte de brutos, también nos daba Lengua
pero ni por esas, y yo que había cambiado de opinión, te quitará tiempo de estudio,
y yo que menos estudio y más aire libre, que eso me había dicho el Padre
enfermero, tenemos el equipo completo y te tocará de reserva, y yo que no
importaba, y el Padre Máximo suspiró, mira que eres tozudo, pero que qué le
íbamos a hacer y que me comprara unas botas y un pantalón corto azul marino,
que la camiseta ya me la daría él. No me atreví a preguntar y las medias qué, y
así tuve que comprarme un par blanco y otro rojo, aunque al final eran azules,
pero cada uno las llevaba del color que mejor le parecía, Postigo yo las del
Barcelona, es mi equipo favorito.
Seguro que
Cebrián va a aparecer de un momento a otro, la idea no se me iba de la cabeza,
y ya para entonces había centrado mal a Rodri, lo siento, y me habían quitado
dos balones y Marcos chupón, pásala enseguida, y yo venga a excusarme, hasta
hice una falta y le pedí perdón al chaval, flaco y peludo, que se me quedó
mirando como a un bicho raro, no pasa nada, tío, claro que ya lo decía Andrade,
que mucho rojo. Mirad, el juego limpio y todo eso está muy bien, nos había
dicho el padre Máximo el primer día en que me incorporé al equipo, pero al
fútbol hay que jugar como hombres y no como señoritas, y si hay que dar una
patada pues se da, y aquí paz y después gloria, y Villar qué pasa si le rompo
una pierna al contrario, ese hueso tan largo que ahora no me acuerdo cómo se
llama, el feldespato, le susurré, y Villar eso, qué pasa si de una patada le
rompo a uno el feldespato, sólo Marcos reía, el resto ni enterarse, ser
empollón también tenía sus ventajas, mi padre me regaló un balón cuando aprobé
todo quinto con notable de media, vaya un suertudo, a mí mi viejo nada de nada
y eso que sólo me han quedado tres, desde entonces me dejaban jugar siempre o
casi siempre, hoy es que estamos once justos, ¿lo entiendes, no?, y el Padre
Máximo que qué bruto era Villar, que no sabía distinguir entre juego viril y
violencia, pero bien que le jaleaba luego, en el campo, cuando no dejaba que
nadie se acercara por nuestra área, aquí no entra ni Dios, o ni el Papa
bendito, no me acuerdo bien, entonces sí, entonces se cabreaba el Padre Máximo,
Villar, no blasfemes, a ver si vas a volver a casa caliente, y Villar se
callaba y seguía dando patadas a diestro y siniestro, pero ya no abría la boca
para nada, aunque me imagino que seguía pensando que en nuestra área no entraba
ni Dios, o ni el Papa bendito, no me acuerdo bien, cualquiera hacía cambiar de
opinión a un burro como Villar, se restregaba las piernas de mercromina antes
de empezar los partidos, ¿a que parece sangre?.
Di un buen pase,
quizás aquel aplauso aislado fue para mí, perdí dos balones, seguro que aquel
abucheo me estaba destinado, hice una falta, no, colegiado, iba a por el balón,
me hicieron una falta y no me pidieron perdón, pitó el árbitro, final de la
primera parte, ese momento en que las radios el marcador no se ha movido en los
primeros cuarenta y cinco minutos, también el marcador ha permanecido virgen, a
veces se mantiene el cero cero inicial, acaso los jugadores se encaminan hacia
los vestuarios mientras las espadas permanecen en todo lo alto. Qué mierda,
Lozano no parecía nada contento, y Postigo que no podíamos seguir así, y Rodri
que vaya unos tíos guarros, que le habían roto una media, y Aparicio que
cuidado, que venía el cura. El Padre Máximo se mordía el labio inferior, la
bronca no podía tardar, todos mirábamos las perchas llenas de ropa, los
desportillados azulejos, a ver, Aparicio, a qué viene tanta chorradita con el
balón, explícamelo, ni que fueras el mismísimo, y tú, Marcos, en vez de un
defensa pareces una gallina que se asusta en cuanto, y a Postigo cuántas veces
te he dicho que, y a Rodri una cosa es
no precipitarse y otra muy distinta, y a Andrade pasa antes la pelota porque si
no, y a Villar me recuerdas a una tía mía que no sabe ni, y a Morales tanto
guante y tanta leche y luego no eres capaz de, sólo al final me miró a mí, se
rascó la cabeza, venga Muñoz, no lo estás haciendo mal, sigue así, y yo tan
emocionado, aunque no lo suficiente para no oírle mascullar que como se enterase
de que Cebrián se había quedado dormido le iba a.
Salió del
vestuario dando un portazo, también un poco en pose de entrenador enfadado, no
éramos los únicos que imitábamos a nuestros ídolos, seguro que le hubiera
gustado que le llamásemos Mister. Pero Andrade rencoroso, lo que le pasa es que
si no ganamos el campeonato el Dire le quita y pone al de gimnasia, pero
Postigo conciliador, con meter un gol somos campeones, se lo debemos, pero
Andrade definitivamente malaje, qué coño vamos a deberle nada si no tiene ni
idea de, pero Postigo valiente, a ti lo que te pasa es que te suspendió en
Lengua y desde entonces, pero Andrade encolerizado, el Padre y tú os podéis ir
a tomar por, hasta que Lozano definitivo, a ver si nos dejamos de tonterías y
ganamos a esos hijos de puta, un silencio hasta que Rodri venga, Aparicio
vamos.
Rueda de nuevo la
pelota, o los cuarenta y cinco minutos decisivos, o la hora de la verdad, si
hubiera habido periodistas, la suerte del campeonato está echada, pero sólo
Marcos que gritó a por ellos y el árbitro un poco indiferente, un partido más
para él, pero no para mí, y una vocecita interior me animaba a meter la pierna,
a tirarme al suelo a por el balón, el esforzado despeje, y en la banda el Padre
Máximo se mordía las uñas, ¿sería verdad que de no ganar lo echaban?, así que
también el Padre Director posaba en Presidente de Club, la pinta de mafioso ya
la tenía, esas cejas negras y espesas, esa voz ronca que tanto asustaba en la
confesión, no olvides nunca que Dios te ve a todas horas, sí, Padre, y cuando
no te ve Él te veo yo, sólo le faltaba
el puro pues cochazo sí tenía, no, sólo he hecho lo que creía mejor para el
equipo, el nuevo entrenador nos proporcionará los títulos que merece esta
afición a la que tanto, y mientras el tiempo volaba, y la imagen de un Padre
Máximo cesado y condenado de por vida a explicar el complemento de objeto
indirecto me hizo apretar los dientes, Lozano joder, a ver si corremos más, y
los hermanos de Aparicio callados, y los seguidores de la Universidad laboral,
Andrade unos rojos, que empezaban a beber de una botella de vino, celebrando,
joderos, curillas, a ellos con un empate les bastaba, y Marcos todos arriba, y
Rodri patadón a la olla, y Villar quedan tres minutos, y una música con muchos
tambores y trompetas inundó mis oídos, y el Padre Máximo venga chavales y un
gruñido que no supimos si plegaria o blasfemia, en todo caso escuchada porque a
continuación Lozano entró en el área con el balón controlado, etéreo como una
mariposa, lástima de periodistas para contarlo, grácil como un ángel, preciso
como un bailarín, para caer ante la terrenal brutalidad de los defensores.
Un silencio caliente nos aplastó contra el
suelo, como lagartijas, hasta que la gran mole negra se dirigió hacia el punto
fatídico, hacia los once metros, señalando la pena máxima, no hicieron falta
periodistas para que el Padre Máximo saltase de alegría, a nadie le extrañó su
palabrota, los hermanos de Aparicio que aplaudían, los seguidores de la
Universidad Laboral que suspendían en el aire la botella de vino, que
palidecían, árbitro vendido, algún hijoputa, un lo tiran fuera sin fe. Lozano
no se levantaba, sollozaba con la cara oculta entre las manos, Villar le habéis
jodido pero bien, Andrade putos rojos, empujó al de la falta y tuvimos que
separarles, rojos a Moscú, Postigo mira cómo le sangra la rodilla, Rodri eso es
penalti y expulsión, Marcos si no puede él ¿quién lo tira? El Padre Máximo
llegó jadeante, pero árbitro, vaya patada, eso es de juzgado de guardia, vuelva
a su sitio, por favor, de juzgado de guardia, ya le digo, y Lozano Padre,
Padre, que no puedo levantarme, un círculo silencioso se formó a su alrededor,
y Postigo pues yo no lo tiro, acordaos del que fallé contra los del Lope de
Vega, y Villar joder, y Andrade ahora qué, y Rodri quién es el guapo que se
atreve a, y una voz atravesó todo aquel barullo, lo tiro yo, el cielo era
intensamente azul, el aire agitaba las copas de los árboles, se oía a lo lejos
el zumbido del tráfico, y todos estaban mirándome. Lo tiro yo, repetí, y el
Padre Máximo me dio pena, ¿Postigo?, ¿Villar?, hasta ¿Morales?, y eso que era
el portero, esquivaban su mirada, ¿Andrade?, a Lozano ya se lo llevaban a la
enfermería, ¿de verdad quieres tirarlo?, el pobre cura parecía diez años más
viejo, su mugriento jersey, las coderas, la caspa, a ojos vista se estaba
volviendo como aquel Padre tan mayor que tenían para cuidar del jardín, sí, lo
tiraré, como se habla en sueños, lo tiraré y lo marcaré, y Villar qué huevos, y
Postigo venga, y al Padre Máximo se le quebró la voz y me dijo algo que no
entendí o que entendí mal. Y se apartaron respetuosamente, dejándome solo, y
deposité con cuidado la pelota en la mancha de cal, y tomé carrerilla, y miré
la cara de ansiedad del portero, y comenzó a trepar por mi garganta esa mezcla
de repulsión y deseo que me asaltaría con asiduidad todos los años que habrían
de venir, y que no hizo más que acrecentarse cuando pateé el balón.
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