martes, 7 de febrero de 2017

El único resultado posible


            - Muñoz, Cebrián no ha venido. Tendrás que salir. No te pongas nervioso y ayuda a Lozano.
            Era el último partido de la temporada, el más importante, el partido del siglo de haber habido periodistas, el duelo en la cumbre, los dos aspirantes al título frente a frente, el Campeonato Escolar no podría haber escogido mejor broche para finalizar, cuando el Padre Máximo se decidió a darme una oportunidad, Pasionistas Fútbol Club contra Asociación Deportiva de la Universidad Laboral. Hasta aquel momento yo no había jugado más que lo que luego supe que se llaman los minutos de la basura: un cuartito de hora cuando el partido ya estaba decidido, Padre, que Muñoz entre por mí, que estoy reventado, unos minutos al final para perder tiempo, no corras, sal despacio y en cuanto te toquen te tiras al suelo y de ahí no te mueves, me van a sacar tarjeta, qué más da, tú di que te duele y hasta que yo llegue con el linimento. Ni siquiera pude salir aunque sólo fuera medio tiempo el día en que vino a verme mi padre, y eso que estuvieron de lo más amable con él, qué tal lo hace el chico, bien, señor Muñoz, es el mejor en Literatura, y en Historia me han dicho que hizo un trabajo buenísimo sobre, no, yo decía que qué tal va con esto del fútbol, ¿el fútbol?, muy disciplinado, ha aprendido mucho, pone mucho pundonor, quizá podría salir el chaval ahora que ya van cinco uno, no, pero es que, usted ya sabe, ahí se quedó todo, el viejo cuento de la piel del oso que no había que vender, sólo diez minutos y porque se lesionó Marcos, no se crea, normalmente su hijo juega mucho más, pero más vale amarrar el resultado, no vaya a ser que, y a la vuelta mi padre me llevó a una heladería, estuvo de lo más cariñoso, ya verás, la próxima vez seguro que, hasta me puso la mano en el hombro, ¿otro sorbete? ¿más crema?, yo no podía más, pedí vainilla y apenas la toqué. Pero peor fue que luego en casa mintió, y durante la comida dijo a mi madre que yo había estado fenomenal, que goles no, que no había metido ninguno, pero papá si yo casi no, eso es porque te hacen jugar muy retrasado, como media punta de contención, si la jarra de agua es la portería contraria y los tenedores son los defensores, y se suponía que yo era la servilleta, un poco al estilo de, me recordaba a cuando yo jugaba de chico en el Seminario, como si dijéramos Netzer pero más escorado, qué más da si tú no le conoces, y mi madre asentía con blandura, sin entender los términos técnicos, pero dándose sin duda cuenta de que yo estaba colorado como un tomate.
            Nada más llegar a los vestuarios al primero que se lo dije fue a Lozano, el que más goles metía y la estrella del equipo, otro gallo te cantaría si en vez de tanto fútbol estudiaras aunque sólo fuera, el Padre Joaquín le tenía ojeriza precisamente por eso, y a mí qué más me da repetir o no repetir, ya sé que voy a acabar de recadero en la tienda de mi padre, y el Padre Joaquín no me repliques, a ver si te voy a volver la cara de un guantazo, y Lozano se callaba, un poco respondón sí que era, pero sin pasarse. Un tío majo, Lozano, bien chaval, intenta entrar por la derecha y no me estorbes en el área. Decían que ya tenía novia, una chica con la que tonteaba en la parada del autobús y que vino con unas amigas a vernos jugar el día que ganamos de paliza a los de Santo Tomás, Lozano tres goles. Se sentaron en el banquillo, a mi lado, pero no me dirigieron la palabra, sólo al principio, y tú ¿por qué no juegas?, no entendieron lo de las razones tácticas, seguro que eres más manta que yo qué sé, más risas, se pasaron todo el partido diciendo tonterías y vacilando con el Padre Máximo, que hizo el truco de poner los ojos en blanco, ¿os sabéis el chiste del loro y el elefante?, y ellas no, Padre, y preguntando si podían fumar, pero si sois unas crías, y usted ¿por qué no lleva sotana?, y al final una de ellas contó el de la piragua, que era un poco verde, una rubia que se creía la más guapa del universo, pero al Padre Máximo no le importó, qué bueno, venga, dadme un Ducados, y descubrí que tenía una muela de oro, nunca hasta entonces le había visto reírse tanto, y ése de las dos azafatas, no, Padre, cuente, pues iban dos azafatas cuando, que hemos ganado, nada más despegar una dice, vamos a los vestuarios, esperadme allí que ahora mismo voy, qué simpático es, y entonces los pasajeros.
            Antes del partido todo el mundo me palmeó la espalda, ánimo, venga, ya era hora que jugaras un partido completo, y hasta Andrade, que era el más malaje, que confiaban en mí y que no me preocupara, que seguro que lo iba a hacer bien, con sus botas tan carísimas que le había traído su primo de Londres. Claro que sí, no os puedo fallar y más en este momento tan crucial, pero enseguida me arrepentí de utilizar palabras como 'crucial', porque Villar y Postigo se pusieron a reír, si tenemos que depender de los goles de Pitagorín pues lo llevamos claro, seguro que no habían entendido lo que yo quería decir, y bastante fama de empollón me había echado ya como para venir con palabras como 'crucial', y menos mal que en ese momento Lozano se puso a dar golpes a la pared y a gritar nos vamos a comer a esos muertos de hambre, y todos rugieron como locos, y yo también, y les vamos a dar hostias hasta en el carné de identidad, y Postigo les vamos a matar, les vamos a matar, repetí, sin atreverme con lo de las hostias y el carné de identidad, bien dicho chaval, Andrade ya no era tan malaje, éramos compañeros, buena gente Andrade, si pegaba a los pequeños era porque se lo merecían, no nos dejaban jugar y no hacían más que molestar, en el fondo un pedazo de pan, como Garrone en 'Corazón', menos cursi, eso sí, nos los comemos.
            Salimos en fila india del vestuario, y un murmullo impalpable subió de tono, como la tele cuando se acababa la programación, bravo, venga campeones, los dos hermanos de Aparicio, que no se perdían ni un partido, los aplausos cansinos de algunos padres, los gritos un poco payasos de los de quinto, y en la banda de enfrente quince o veinte chicos con una pancarta de la Universidad Laboral, el público, pensé, la grada enfervorizada, el jugador número doce, los periódicos aquí se ponen muy épicos, la entregada parroquia, y Postigo santiguándose, posando en aguerrido defensa central al que la previsible dureza de la pelea no arredra, y Lozano haciendo malabarismos con el balón, Villar que no te mira nadie, Aparicio que no están tus amiguitas, le daba igual, lo hacía siempre, venga Muñoz, que nos los comemos, un tío majo, Lozano, y el equipo contrario, impaciente, bullidor, se persignaban menos, no en vano eran un colegio sin curas, hay mucho hijo de obrero, Andrade despectivo, mira que birria de camisetas, y la mitad con zapatillas en vez de botas, ¿ves esos dorsales?, sí, los veía, parecen recortados en cartulina, Andrade se ponía furioso, mucho rojo, eso es lo que hay, y yo no sabía qué decir, conociéndome probablemente le dije que sí, que tenía razón, Andrade era mi camarada, a todos estos greñudos los ponía mi padre más tiesos que una vela, yo había visto varias veces al Comandante Andrade, siempre de uniforme, los curas le adoraban, pero qué sorpresa, mi Comandante, dichosos los ojos, la cicatriz de la cara en Brunete y la pierna en el Ebro, aprended de ese hombre, un héroe.
             Salió el árbitro, orondo y despreocupado, y Postigo está gordo, y Rodri la ballena negra, y Andrade tiene pinta de ser más comunista que yo qué sé, al final no se te olvide darle la mano, me recordé, y si te pita falta, no, colegiado, he ido a por el balón, o bien ha sido carga legal, colegiado, nunca hijoputa, nunca tus muertos, y Lozano, tú ponte ahí, esto empieza, me susurré, los cordones bien atados, en el nombre del Padre y del Hijo, una mirada involuntaria al Padre Máximo en busca de apoyo, sus ojos aún más pequeños tras aquellas gafas anodinas, levantó el puño, con el pulgar hacia arriba, tan implorante debió de ser mi actitud, el balón para adelante y sin miedo, le oí gritarnos tras el pitido inicial, se agitaron algunas banderas, se corearon algunos estribillos sin gracia, alguien hizo sonar una bocina.
            Claro que no siempre el Padre Máximo había estado tan amigable conmigo, que a qué venía dejar el ajedrez para pasarme al fútbol, un deporte que podía ser violento para mí, y menos mal que el Padre enfermero me lo había escrito muy claro, necesita ejercicio, menos estudio y más aire libre, y el Padre Máximo mejor el baloncesto, menos contacto, que qué me parecía, y yo que no, que quería fútbol, pero si en clase dijistes que es un deporte de brutos, también nos daba Lengua pero ni por esas, y yo que había cambiado de opinión, te quitará tiempo de estudio, y yo que menos estudio y más aire libre, que eso me había dicho el Padre enfermero, tenemos el equipo completo y te tocará de reserva, y yo que no importaba, y el Padre Máximo suspiró, mira que eres tozudo, pero que qué le íbamos a hacer y que me comprara unas botas y un pantalón corto azul marino, que la camiseta ya me la daría él. No me atreví a preguntar y las medias qué, y así tuve que comprarme un par blanco y otro rojo, aunque al final eran azules, pero cada uno las llevaba del color que mejor le parecía, Postigo yo las del Barcelona, es mi equipo favorito.
            Seguro que Cebrián va a aparecer de un momento a otro, la idea no se me iba de la cabeza, y ya para entonces había centrado mal a Rodri, lo siento, y me habían quitado dos balones y Marcos chupón, pásala enseguida, y yo venga a excusarme, hasta hice una falta y le pedí perdón al chaval, flaco y peludo, que se me quedó mirando como a un bicho raro, no pasa nada, tío, claro que ya lo decía Andrade, que mucho rojo. Mirad, el juego limpio y todo eso está muy bien, nos había dicho el padre Máximo el primer día en que me incorporé al equipo, pero al fútbol hay que jugar como hombres y no como señoritas, y si hay que dar una patada pues se da, y aquí paz y después gloria, y Villar qué pasa si le rompo una pierna al contrario, ese hueso tan largo que ahora no me acuerdo cómo se llama, el feldespato, le susurré, y Villar eso, qué pasa si de una patada le rompo a uno el feldespato, sólo Marcos reía, el resto ni enterarse, ser empollón también tenía sus ventajas, mi padre me regaló un balón cuando aprobé todo quinto con notable de media, vaya un suertudo, a mí mi viejo nada de nada y eso que sólo me han quedado tres, desde entonces me dejaban jugar siempre o casi siempre, hoy es que estamos once justos, ¿lo entiendes, no?, y el Padre Máximo que qué bruto era Villar, que no sabía distinguir entre juego viril y violencia, pero bien que le jaleaba luego, en el campo, cuando no dejaba que nadie se acercara por nuestra área, aquí no entra ni Dios, o ni el Papa bendito, no me acuerdo bien, entonces sí, entonces se cabreaba el Padre Máximo, Villar, no blasfemes, a ver si vas a volver a casa caliente, y Villar se callaba y seguía dando patadas a diestro y siniestro, pero ya no abría la boca para nada, aunque me imagino que seguía pensando que en nuestra área no entraba ni Dios, o ni el Papa bendito, no me acuerdo bien, cualquiera hacía cambiar de opinión a un burro como Villar, se restregaba las piernas de mercromina antes de empezar los partidos, ¿a que parece sangre?.
            Di un buen pase, quizás aquel aplauso aislado fue para mí, perdí dos balones, seguro que aquel abucheo me estaba destinado, hice una falta, no, colegiado, iba a por el balón, me hicieron una falta y no me pidieron perdón, pitó el árbitro, final de la primera parte, ese momento en que las radios el marcador no se ha movido en los primeros cuarenta y cinco minutos, también el marcador ha permanecido virgen, a veces se mantiene el cero cero inicial, acaso los jugadores se encaminan hacia los vestuarios mientras las espadas permanecen en todo lo alto. Qué mierda, Lozano no parecía nada contento, y Postigo que no podíamos seguir así, y Rodri que vaya unos tíos guarros, que le habían roto una media, y Aparicio que cuidado, que venía el cura. El Padre Máximo se mordía el labio inferior, la bronca no podía tardar, todos mirábamos las perchas llenas de ropa, los desportillados azulejos, a ver, Aparicio, a qué viene tanta chorradita con el balón, explícamelo, ni que fueras el mismísimo, y tú, Marcos, en vez de un defensa pareces una gallina que se asusta en cuanto, y a Postigo cuántas veces te he dicho que, y a Rodri  una cosa es no precipitarse y otra muy distinta, y a Andrade pasa antes la pelota porque si no, y a Villar me recuerdas a una tía mía que no sabe ni, y a Morales tanto guante y tanta leche y luego no eres capaz de, sólo al final me miró a mí, se rascó la cabeza, venga Muñoz, no lo estás haciendo mal, sigue así, y yo tan emocionado, aunque no lo suficiente para no oírle mascullar que como se enterase de que Cebrián se había quedado dormido le iba a.
            Salió del vestuario dando un portazo, también un poco en pose de entrenador enfadado, no éramos los únicos que imitábamos a nuestros ídolos, seguro que le hubiera gustado que le llamásemos Mister. Pero Andrade rencoroso, lo que le pasa es que si no ganamos el campeonato el Dire le quita y pone al de gimnasia, pero Postigo conciliador, con meter un gol somos campeones, se lo debemos, pero Andrade definitivamente malaje, qué coño vamos a deberle nada si no tiene ni idea de, pero Postigo valiente, a ti lo que te pasa es que te suspendió en Lengua y desde entonces, pero Andrade encolerizado, el Padre y tú os podéis ir a tomar por, hasta que Lozano definitivo, a ver si nos dejamos de tonterías y ganamos a esos hijos de puta, un silencio hasta que Rodri venga, Aparicio vamos.
            Rueda de nuevo la pelota, o los cuarenta y cinco minutos decisivos, o la hora de la verdad, si hubiera habido periodistas, la suerte del campeonato está echada, pero sólo Marcos que gritó a por ellos y el árbitro un poco indiferente, un partido más para él, pero no para mí, y una vocecita interior me animaba a meter la pierna, a tirarme al suelo a por el balón, el esforzado despeje, y en la banda el Padre Máximo se mordía las uñas, ¿sería verdad que de no ganar lo echaban?, así que también el Padre Director posaba en Presidente de Club, la pinta de mafioso ya la tenía, esas cejas negras y espesas, esa voz ronca que tanto asustaba en la confesión, no olvides nunca que Dios te ve a todas horas, sí, Padre, y cuando no te ve Él te veo yo,  sólo le faltaba el puro pues cochazo sí tenía, no, sólo he hecho lo que creía mejor para el equipo, el nuevo entrenador nos proporcionará los títulos que merece esta afición a la que tanto, y mientras el tiempo volaba, y la imagen de un Padre Máximo cesado y condenado de por vida a explicar el complemento de objeto indirecto me hizo apretar los dientes, Lozano joder, a ver si corremos más, y los hermanos de Aparicio callados, y los seguidores de la Universidad laboral, Andrade unos rojos, que empezaban a beber de una botella de vino, celebrando, joderos, curillas, a ellos con un empate les bastaba, y Marcos todos arriba, y Rodri patadón a la olla, y Villar quedan tres minutos, y una música con muchos tambores y trompetas inundó mis oídos, y el Padre Máximo venga chavales y un gruñido que no supimos si plegaria o blasfemia, en todo caso escuchada porque a continuación Lozano entró en el área con el balón controlado, etéreo como una mariposa, lástima de periodistas para contarlo, grácil como un ángel, preciso como un bailarín, para caer ante la terrenal brutalidad de los defensores.

              Un silencio caliente nos aplastó contra el suelo, como lagartijas, hasta que la gran mole negra se dirigió hacia el punto fatídico, hacia los once metros, señalando la pena máxima, no hicieron falta periodistas para que el Padre Máximo saltase de alegría, a nadie le extrañó su palabrota, los hermanos de Aparicio que aplaudían, los seguidores de la Universidad Laboral que suspendían en el aire la botella de vino, que palidecían, árbitro vendido, algún hijoputa, un lo tiran fuera sin fe. Lozano no se levantaba, sollozaba con la cara oculta entre las manos, Villar le habéis jodido pero bien, Andrade putos rojos, empujó al de la falta y tuvimos que separarles, rojos a Moscú, Postigo mira cómo le sangra la rodilla, Rodri eso es penalti y expulsión, Marcos si no puede él ¿quién lo tira? El Padre Máximo llegó jadeante, pero árbitro, vaya patada, eso es de juzgado de guardia, vuelva a su sitio, por favor, de juzgado de guardia, ya le digo, y Lozano Padre, Padre, que no puedo levantarme, un círculo silencioso se formó a su alrededor, y Postigo pues yo no lo tiro, acordaos del que fallé contra los del Lope de Vega, y Villar joder, y Andrade ahora qué, y Rodri quién es el guapo que se atreve a, y una voz atravesó todo aquel barullo, lo tiro yo, el cielo era intensamente azul, el aire agitaba las copas de los árboles, se oía a lo lejos el zumbido del tráfico, y todos estaban mirándome. Lo tiro yo, repetí, y el Padre Máximo me dio pena, ¿Postigo?, ¿Villar?, hasta ¿Morales?, y eso que era el portero, esquivaban su mirada, ¿Andrade?, a Lozano ya se lo llevaban a la enfermería, ¿de verdad quieres tirarlo?, el pobre cura parecía diez años más viejo, su mugriento jersey, las coderas, la caspa, a ojos vista se estaba volviendo como aquel Padre tan mayor que tenían para cuidar del jardín, sí, lo tiraré, como se habla en sueños, lo tiraré y lo marcaré, y Villar qué huevos, y Postigo venga, y al Padre Máximo se le quebró la voz y me dijo algo que no entendí o que entendí mal. Y se apartaron respetuosamente, dejándome solo, y deposité con cuidado la pelota en la mancha de cal, y tomé carrerilla, y miré la cara de ansiedad del portero, y comenzó a trepar por mi garganta esa mezcla de repulsión y deseo que me asaltaría con asiduidad todos los años que habrían de venir, y que no hizo más que acrecentarse cuando pateé el balón.

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