Según Borges, la adolescencia es el
momento ideal para descubrir a Dostoievski. Mucho más afortunado, fue entonces
cuando yo descubrí a Jardiel Poncela, y casi lo prefiero. En el último curso
del Instituto, y dado lo complicado de mi horario, pasé todo el año comiendo en
casa de mis abuelos, pues a las cuatro de la tarde acudía a clases particulares
de latín, mi particular
bête noire (¡aunque
parezca increíble, en aquella época pre-internet se estudiaban cosas así,
incluso griego!). Tras la comida, y para hacer tiempo hasta tener que ir a pelearme
con las puñeteras declinaciones, podía permitirme un rato libre que aprovechaba
leyéndome los únicos libros que tenían mis abuelos, las obras completas de
Jardiel en una maravillosa edición en tapa dura que (¡ay!) más tarde se perdió
en los meandros de las sucesivas mudanzas. “Amor se escribe con hache”, “¡Espérame
en Siberia, vida mía!”, “Los ladrones somos gente honrada”… A raíz de aquellas
sobremesas felices incorporé al bilioso escritor madrileño (porque mira que
tenía mala baba) a mi particular santoral de autores, del que no ha salido a
pesar de lo muy fluctuante que es la bolsa de valores literarios. En
particular, una de sus novelas me ha acompañado fielmente con su humor lleno de
amargura y su innovador ingenio: “La tournée de Dios” (recientemente reeditada
por Blackie Books) podría ser perfectamente el resultado de un diálogo entre
Groucho Marx y Samuel Beckett, más algunos apuntes de Raymond Queneau en el
papel de chico de los recados. Mi profesor de latín nunca pudo sospechar que,
cuando un rato más tarde me reía en su clase, no era tanto por disimular mi
impericia con la lengua de Terencio (bueno, un poco sí), sino porque recordaba
las andanzas de Perico Espasa y demás personajes, incluyendo un Dios muy alejado
de lo que nos habían descrito los Pasionistas.
Pasaron los años, pasaron las
décadas, pasaron el resto de unidades de medida temporal que no voy a
especificar por no ponerme prolijo. La reputación de Jardiel ha experimentado
una considerable depreciación por dos motivos: su teatro es muy caro de montar,
habida cuenta la gran cantidad de personajes que salen en sus obras (¿de qué si
no la fiebre por los monólogos teatrales que nos asola hoy en día?), y, más
importante, el creciente revisionismo histórico ha mandado al autor de “Eloísa
está debajo de un almendro” al basurero, debido a su filiación política
derechista (hasta se rumoreó que se iba a retirar su nombre del callejero: un
disparate más que anotar en la cuenta de los concejales de Hala Madrid, o como
se llamen esos alborotados chicuelos que se entretienen en malgobernar la
capital de España). Menos mal que la calidad literaria está por encima de modas
y rencores, y el Centro Dramático Nacional ha tenido el detalle de programar “Jardiel,
un escritor de ida y vuelta”. En realidad, se trata de una versión de “Un
marido de ida y vuelta” (uno de sus grandes éxitos, plagiado más allá de
nuestras fronteras por Noel Coward), a la que (está visto que para algunas
cosas hay que pagar peaje) Ernesto Caballero ha incorporado un par de añadidos,
uno de ellos (muuuuy forzado) en el que se flagela al autor por su
condescendencia con el régimen franquista. Pero olvidemos tanta faramalla
postiza y centrémonos en el texto, que sigue siendo igual que divertido y
vigente que en el día de su estreno, con ese ritmo vertiginoso marca de la
casa, y al que dan alas unos actores en estado de gracia. La platea, llena de
gente joven, rio con ganas las espídicas y chispeantes réplicas jardelianas, y
fueron benevolentes con los achaques (que los hay) de una obra que se disfruta
a toda mecha. Un remanso de elegancia
art
deco (la comparación es del gran Marcos Ordóñez, y la suscribo
fervorosamente) que viene muy bien en estos tiempos en los que (no me invento
nada) la cartelera madrileña parece copada por dramas sobre el Holocausto o la
violencia de género. Temas a los que no voy a negar importancia, por supuesto
que no, pero que también se pueden compatibilizar con una buena sesión de
carcajadas a cargo del señor Jardiel, pues (y mi profesor de latín lo
suscribiría sin dudarlo)
cito rumpes
arcum, semper si tensum habueris (en sentido literal: pronto se rompe el
arco si se mantiene tenso constantemente; o su traducción en cañí: entre col y
col, lechuga).
Pues las obras completas de Jardiel, pues Carlos no se han perdido, las tengo yo, que curioso!!
ResponderEliminarSilvia, bienvenida a mi blog! Mira, pues ya que tienes sus obras completas, aprovecha para leer a Jardiel, uno de nuestros escritores más lúcidos y divertidos. Un beso!
Eliminar