lunes, 6 de febrero de 2017

Jardiel, un escritor de ida y vuelta

           
       Según Borges, la adolescencia es el momento ideal para descubrir a Dostoievski. Mucho más afortunado, fue entonces cuando yo descubrí a Jardiel Poncela, y casi lo prefiero. En el último curso del Instituto, y dado lo complicado de mi horario, pasé todo el año comiendo en casa de mis abuelos, pues a las cuatro de la tarde acudía a clases particulares de latín, mi particular bête noire (¡aunque parezca increíble, en aquella época pre-internet se estudiaban cosas así, incluso griego!). Tras la comida, y para hacer tiempo hasta tener que ir a pelearme con las puñeteras declinaciones, podía permitirme un rato libre que aprovechaba leyéndome los únicos libros que tenían mis abuelos, las obras completas de Jardiel en una maravillosa edición en tapa dura que (¡ay!) más tarde se perdió en los meandros de las sucesivas mudanzas. “Amor se escribe con hache”, “¡Espérame en Siberia, vida mía!”, “Los ladrones somos gente honrada”… A raíz de aquellas sobremesas felices incorporé al bilioso escritor madrileño (porque mira que tenía mala baba) a mi particular santoral de autores, del que no ha salido a pesar de lo muy fluctuante que es la bolsa de valores literarios. En particular, una de sus novelas me ha acompañado fielmente con su humor lleno de amargura y su innovador ingenio: “La tournée de Dios” (recientemente reeditada por Blackie Books) podría ser perfectamente el resultado de un diálogo entre Groucho Marx y Samuel Beckett, más algunos apuntes de Raymond Queneau en el papel de chico de los recados. Mi profesor de latín nunca pudo sospechar que, cuando un rato más tarde me reía en su clase, no era tanto por disimular mi impericia con la lengua de Terencio (bueno, un poco sí), sino porque recordaba las andanzas de Perico Espasa y demás personajes, incluyendo un Dios muy alejado de lo que nos habían descrito los Pasionistas.

           
         Pasaron los años, pasaron las décadas, pasaron el resto de unidades de medida temporal que no voy a especificar por no ponerme prolijo. La reputación de Jardiel ha experimentado una considerable depreciación por dos motivos: su teatro es muy caro de montar, habida cuenta la gran cantidad de personajes que salen en sus obras (¿de qué si no la fiebre por los monólogos teatrales que nos asola hoy en día?), y, más importante, el creciente revisionismo histórico ha mandado al autor de “Eloísa está debajo de un almendro” al basurero, debido a su filiación política derechista (hasta se rumoreó que se iba a retirar su nombre del callejero: un disparate más que anotar en la cuenta de los concejales de Hala Madrid, o como se llamen esos alborotados chicuelos que se entretienen en malgobernar la capital de España). Menos mal que la calidad literaria está por encima de modas y rencores, y el Centro Dramático Nacional ha tenido el detalle de programar “Jardiel, un escritor de ida y vuelta”. En realidad, se trata de una versión de “Un marido de ida y vuelta” (uno de sus grandes éxitos, plagiado más allá de nuestras fronteras por Noel Coward), a la que (está visto que para algunas cosas hay que pagar peaje) Ernesto Caballero ha incorporado un par de añadidos, uno de ellos (muuuuy forzado) en el que se flagela al autor por su condescendencia con el régimen franquista. Pero olvidemos tanta faramalla postiza y centrémonos en el texto, que sigue siendo igual que divertido y vigente que en el día de su estreno, con ese ritmo vertiginoso marca de la casa, y al que dan alas unos actores en estado de gracia. La platea, llena de gente joven, rio con ganas las espídicas y chispeantes réplicas jardelianas, y fueron benevolentes con los achaques (que los hay) de una obra que se disfruta a toda mecha. Un remanso de elegancia art deco (la comparación es del gran Marcos Ordóñez, y la suscribo fervorosamente) que viene muy bien en estos tiempos en los que (no me invento nada) la cartelera madrileña parece copada por dramas sobre el Holocausto o la violencia de género. Temas a los que no voy a negar importancia, por supuesto que no, pero que también se pueden compatibilizar con una buena sesión de carcajadas a cargo del señor Jardiel, pues (y mi profesor de latín lo suscribiría sin dudarlo) cito rumpes arcum, semper si tensum habueris (en sentido literal: pronto se rompe el arco si se mantiene tenso constantemente; o su traducción en cañí: entre col y col, lechuga).

2 comentarios:

  1. Pues las obras completas de Jardiel, pues Carlos no se han perdido, las tengo yo, que curioso!!

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    1. Silvia, bienvenida a mi blog! Mira, pues ya que tienes sus obras completas, aprovecha para leer a Jardiel, uno de nuestros escritores más lúcidos y divertidos. Un beso!

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