Hace ya años que no voy por allí, pero una de las razones que
me llevaron a vivir en Francia y a convertirme en un francófilo irredento fue
la de buscar las trazas que había dejado aquel formidable huracán libertario
que supuso Mayo, qué Mayo va a ser. En 1993 se cumplían veinticinco años de aquel
acontecimiento y yo estaba un poco harto de casi todo, así que hice las maletas
y me alquilé una minúscula chambre de
bonne en pleno Barrio Latino, junto a la Place de la Contrescarpe. Me dejé
crecer una barbita más o menos existencialista, me apunté a algún curso no sé
si demasiado fructífero en la Sorbonne, frecuenté el cine Accattone y la librería La
Fourmie Ailée... Pasé un año feliz y raro: descubrí cosas sobre mí mismo
que jamás hubiera sospechado, perseguí apasionadamente la belleza en museos,
libros y mujeres, a veces la encontré. Pero no me quiero desviar: mayo del 68.
Para mí pesar, pocas pruebas tangibles quedaban de aquella kermesse tan
revolucionaria como pueril, y las personas que encarnaban su espíritu se iban
eclipsando con discreción: Serge Gainsbourg había muerto, ya nadie se acordaba
de Georges Brassens, Daniel Cohn-Bendit se había convertido en eurodiputado o
algo así, Goddard se empeñaba en filmar películas infumables…
Muñoz regresa a la Place de la Contrescarpe (2008) |
Pero el que busca al final encuentra: en uno de aquellos
atiborrados kioskos junto al Sena, medio escondida entre revistas porno y
fascículos de toda laya, gruñía Charlie
Hebdo. Lo reconozco: apenas la frecuenté, su humor decapante se me antojaba
demasiado crudo, era como comerse uno de esos quesos del Périgord que te
pavimentan la garganta con lija, nada que ver con la refinada ironía inglesa.
Pero era imposible no admirar su intransigencia subversiva, su voluntad de
burlarse de todo y de todos, su negativa a rendirse a la por entonces
incipiente corrección política. Cada una de sus viñetas era un escupitajo
contra todos aquellos valores que con tanto celo preservaban los herederos de Nicolas
Chauvin, aquel militar napoleónico cuya exagerada devoción por la patria generó
la dudosa ideología del chauvinismo hoy tan en boga. Mi admiración aumentó
cuando, en fotografías en las que aparecían siempre exhibiendo una mueca de
ensayado recochineo, pude poner cara a alguno de sus dibujantes, que resultaron
ser los únicos herederos del sesenta y ocho que no se habían dejado absorber
por el mercado y sus cantos de sirena. Siempre posaban con abrigos que les
quedaban grandes, vaya usted a saber por qué, y nunca se peinaban. Qué banda de
tocapelotas, ojala tuviésemos algo así en España, recuerdo que pensé, aunque
por entonces aún vivíamos la resaca de los Juegos Olímpicos y la Expo,
Almodóvar era lo más parecido a un dios en la tierra y éramos la coqueluche de la Unión Europea: no,
desde luego que no había lugar para los aguafiestas.
Por lo tanto, es fácil de entender mi rabia cuando he podido
conocer el infame acto terrorista en el que han asesinado a doce personas, y
cuyas consecuencias aún no podemos más que intuir. Dejaré a otros que hagan el
análisis político, yo me limitaré a rendir homenaje a aquellos tipos
desgreñados y feroces que se descojonaban con dentaduras manchadas por los Gitanes, y que han pagado con sus vidas
su irrenunciable apego a todas aquellas consignas que se lanzaron en aquel
lejano mes de Mayo.
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