Una
de las pruebas de que estamos envejeciendo mal (valga la redundancia) es
cuando, al manosear las novedades que se apilan en la mesa de la librería,
enarcamos displicentemente las cejas ante aquellos libros que se presentan como
“novela pura de acción”. Bueno, pues ésa es la frase exacta que encabeza los
paratextos de “El enamorado de la Osa Mayor”, el relato más o menos
autobiográfico de Sergiusz Piaceski, cuyas andanzas como contrabandista y
bandolero en la frontera polaco-soviética poco después del final de la Gran
Guerra nos recuerdan el brío con el que se escribía antes de que la literatura
se volviera rutinariamente psicológica y ombliguista. Redactado (o eso cuenta
la leyenda) en la cárcel, “El enamorado…” desprende un optimismo feroz y un
afán de supervivencia a toda prueba, a pesar del desgarrador estado de ánimo
que dejó la contienda (no en vano, el libro transcurre en los años en que
apareció “Las aventuras del bravo soldado Schwejk”, otro testimonio de los
estertores de Mitteleuropa). Texto de iniciación, el joven Wladek (el evidente
trasunto del autor) aprende las verdades de la vida saltándose las clases
teóricas y reservándose exclusivamente para las prácticas: bebiendo,
disparando, fornicando (ay, cuánto me recuerda a mi propia adolescencia). Sin
embargo, tan vigoroso programa vital no diluye sino que realza los mejores
momentos del libro, aquellos en los que el protagonista se deja embriagar por
el lirismo y canta a su existencia aventurera y libertaria, lejos de la
insidiosa civilización (su estancia en Vilnius es pintada con colores que no
desmerecen de cualquier menosprecio de corte y alabanza de aldea). Al cerrar la
última página, el lector no puede por menos que experimentar una poco
confesable nostalgia por aquellos bandoleros de antaño, tan duchos en las artes
de la navaja y el revólver: qué diferentes de los que ahora nos atracan a golpe
de preferentes.
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