Hum, qué recuerdos: era mi primer
día en aquel taller literario, y el profesor decidió leer mi texto en voz alta
delante de la clase. Yo, lo confieso, soy vanidoso (¡soy blogger!), y durante
unos instantes paladeé la efímera gloria de ser observado con curioso respeto
por mis nuevos camaradas de letras. Al terminar la lectura, una de mis
compañeras, para mi pasmo, levantó el brazo enfurecida y nos espetó que ella no
se había apuntado a un taller literario “para aprender a escribir bonito”. ¿Yo
escribo bonito?, me alarmé
interiormente, ah, no, eso sí que no. Prefiero no contar cómo desactivé, un par
de semanas después, el rencor de mi detractora (soy muy malo narrando escenas
picantes), pero el infamante epíteto de bonito
me obligó a cambiar mi forma de escribir, y me volví complicado, abstracto,
conceptual: un coñazo, vamos. No seáis impacientes, ahora se entenderá el
porqué de esta anécdota. Retrocedamos al primer cuarto del siglo XX: mientras
la fiebre vanguardista descoyuntaba todas las artes, unos pocos estilistas
chapados a la antigua continuaron labrando sus textos con meticulosidad de
orfebre, inmunes al vendaval de modernidad que soplaba a su alrededor. Uno de
los más eximios fue Stefan Zweig, cuya prosa clara y límpida (es decir: bonita)
le sirvió para vender millones de libros, tanto de ficción como ensayos de
divulgación, especialmente “Momentos estelares de la humanidad”: catorce
miniaturas históricas, narradas con precisión y elegancia, que nos permiten
acompañar a Cicerón en sus últimas tribulaciones, o sufrir lo indecible con
Scott en su fallida expedición al Polo Sur. Lo que son las cosas: años después
volví a encontrarme con mi acerba compañera del taller literario, hasta
quedamos a cenar para festejar su cumpleaños y le regalé precisamente este
libro para que se reconciliara con eso que tanto le repugnaba: el estilo. Eso
sí (¿he dicho ya que soy vanidoso?), en la dedicatoria me permití recordarle
que también ella había asistido a uno de esos momentos estelares de la
humanidad (y repito que de aquella noche no voy a hablar, no vaya a ser que
haya menores delante).
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