martes, 23 de diciembre de 2014

"Momentos estelares de la humanidad", de Stefan Zweig (ed. Acantilado, 2002)

            
        Hum, qué recuerdos: era mi primer día en aquel taller literario, y el profesor decidió leer mi texto en voz alta delante de la clase. Yo, lo confieso, soy vanidoso (¡soy blogger!), y durante unos instantes paladeé la efímera gloria de ser observado con curioso respeto por mis nuevos camaradas de letras. Al terminar la lectura, una de mis compañeras, para mi pasmo, levantó el brazo enfurecida y nos espetó que ella no se había apuntado a un taller literario “para aprender a escribir bonito”. ¿Yo escribo bonito?, me alarmé interiormente, ah, no, eso sí que no. Prefiero no contar cómo desactivé, un par de semanas después, el rencor de mi detractora (soy muy malo narrando escenas picantes), pero el infamante epíteto de bonito me obligó a cambiar mi forma de escribir, y me volví complicado, abstracto, conceptual: un coñazo, vamos. No seáis impacientes, ahora se entenderá el porqué de esta anécdota. Retrocedamos al primer cuarto del siglo XX: mientras la fiebre vanguardista descoyuntaba todas las artes, unos pocos estilistas chapados a la antigua continuaron labrando sus textos con meticulosidad de orfebre, inmunes al vendaval de modernidad que soplaba a su alrededor. Uno de los más eximios fue Stefan Zweig, cuya prosa clara y límpida (es decir: bonita) le sirvió para vender millones de libros, tanto de ficción como ensayos de divulgación, especialmente “Momentos estelares de la humanidad”: catorce miniaturas históricas, narradas con precisión y elegancia, que nos permiten acompañar a Cicerón en sus últimas tribulaciones, o sufrir lo indecible con Scott en su fallida expedición al Polo Sur. Lo que son las cosas: años después volví a encontrarme con mi acerba compañera del taller literario, hasta quedamos a cenar para festejar su cumpleaños y le regalé precisamente este libro para que se reconciliara con eso que tanto le repugnaba: el estilo. Eso sí (¿he dicho ya que soy vanidoso?), en la dedicatoria me permití recordarle que también ella había asistido a uno de esos momentos estelares de la humanidad (y repito que de aquella noche no voy a hablar, no vaya a ser que haya menores delante).


No hay comentarios:

Publicar un comentario