domingo, 21 de diciembre de 2014

Mañana de domingo soleado


    Coges el coche. Las carreteras solitarias te esperan, allá que te vas. Los árboles, el cielo inmaculado, las lejanas montañas, el frío de diciembre del que te resguardas. Vas escuchando a la Velvet (“Who loves the sun”), no sabes si eso tiene algo que ver, si te predispone: qué más da. Las gasolineras (a eso íbamos) aparecen de vez en cuando por los lados, es una presencia tosca, de colores demasiado chillones, pero no me importa: habrá que esperar a la primavera para que las amapolas se unan a la fiesta. 
       Súbitamente te acuerdas de la frase que anoche escribiste en tu cuaderno (“peor que fingir una identidad es fingir que no se tiene identidad”), y piensas en qué coño habrás querido decir con eso: te habías bebido media botella de Protos, quizás sea eso. De repente, al superar una rasante en un camino perdido sonríes: te invade esa sensación de que todo está bien, de que todo (o casi todo) tiene sentido. Ya no hace falta seguir, ya has llegado.   


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