Ya puedo
escuchar vuestros reproches: ¡otro blog! ¡Otro ego necesitado de proclamar a
los cuatro vientos sus esclarecedores puntos de vista sobre esto y aquello!
¡Otro ladrillo para reforzar el muro de la cacofonía universal! Bueno, a ver,
no nos pongamos estupendos: es evidente que internet ha multiplicado hasta la
exasperación las voces que, cual taxistas acodados en la barra de un bar,
pontifican sobre cualquier tema que se tercie, con o sin fundamento. Y que la
libertad de expresión, hasta hace unos años un derecho inalienable conseguido
gracias a la esforzada pelea de nuestros antepasados, hoy ha devenido casi en
una obligación, convirtiéndonos en una ciudadanía de opinadores profesionales,
de tertulianos non-stop, de oradores Duracell. ¡Y, con esos antecedentes, yo me
atrevo a proponeros un espacio de (atentos a la frasecita) “búsqueda y reflexión sobre las cosas que de
verdad importan: los libros, la música, el cine y los viajes!”. Amos vete,
salmonete, exclamaréis muchos, a otro perro con ese hueso, os burlaréis otros,
delete, clickaréis los más expeditos. Sí, ya, claro que os comprendo: el
estrés, la sobreabundancia de información y la escasez de tiempo, la
desconfianza (qué querrá venderme éste), el hartazgo de ordenador… Muchos son
los motivos para eludir este blog que hoy vengo a presentaros, pero perdonadme
la audacia de pediros unos pocos minutos de atención al día para aparcar los
problemas cotidianos y, en lugar de entregaros a la televisión o a la angustia
vital, sacaros un billete para el Muñoz Express, un transporte ni muy moderno
ni muy veloz, pero en cuyo vagón-cafetería servimos exóticos combinados (todos
rigurosamente alcohólicos, faltaba más) que podréis degustar mientras leéis
este blog y contempláis distraídamente el paisaje, en el que de vez en cuando
asoman los perdigonazos de unas amapolas o la inquietante geometría de una
gasolinera.
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